3. EL LLAMADO DEL TESTIGO FIEL. La cruz y la patología del pecado
EL LLAMADO DEL TESTIGO FIEL
La cruz y la patología del pecado
El éxito definitivo del plan de la salvación depende de su hora final. Nunca, en los pasados 6.000 años de historia, ha tenido Dios un problema tan delicado de resolver como el actual.
¿Estamos implicados en una verdadera crisis? La mayor crisis de los siglos ocurrió en la crucifixión de Cristo. Pero esa crisis se cierne hoy sobre nosotros. El pecado del hombre, que comenzó en el Edén, acabó finalmente en el asesinato del Hijo de Dios. Los que lo crucificaron la primera vez fueron perdonados, ya que Jesús oró, "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen" (Luc. 23:34). Por sinceros que seamos, ¿podemos repetir ese pecado, ‘sin saber lo que hacemos’?
Los hay que crucifican "de nuevo para sí mismos al Hijo de Dios… exponiéndole a vituperio" (Heb. 6:6). ¿Tiene relación con eso el pecado de Laodicea? ¿Cuán profundo es el pecado del que se amonesta a arrepentirse al "ángel de la iglesia en Laodicea"?
Laodicea comparte algo con el antiguo Israel: la ignorancia de su verdadero estado. Dice el Señor, "Y no conoces". Similar a su oración sobre la cruz, en favor de aquellos que "no saben lo que hacen". La iglesia remanente es patéticamente inconsciente de su verdadero estado, tal como aparece ante la vista del universo. –Estás "desnudo", nos dice Cristo al oído, en tono de alarma (Apoc. 3:17). ¿Pudiera ser más serio de lo que habíamos supuesto, pudiera consistir en más que una candidez vergonzante, aunque ingenua? ¿Podría derivar de una profunda enemistad del corazón con respecto al Señor mismo, algo que nos pondría al mismo nivel que los judíos de antaño?
La idea de la desnudez surge de nuevo en la parábola del vestido de boda. El huésped que se llamó a engaño, creyendo que ese vestido era opcional, no era solamente ingenuo, sino que era irrespetuoso con su anfitrión. Una enemistad más profunda que su comprensión consciente envenenó sus sentimientos hacia su anfitrión (Mat. 22:11-13). Laodicea vestida impropiamente, asistiendo orgullosamente a la fiesta, no sólo equivale a ingenuidad. Implica algo más serio: desprecio hacia el Anfitrión. Sólo la "expiación final" puede proporcionar la debida reverencia hacia el Anfitrión, y resolver el problema.
Los Adventistas del Séptimo Día somos amigos de Jesús, y de ninguna forma osaríamos conscientemente crucificarlo "de nuevo". Pero decirnos sus amigos no implica necesariamente la garantía de tratarlo bien, ya que dice Jesús que "fui herido en casa de mis amigos" (Zac. 13:6).
Numerosas declaraciones de la mensajera del Señor afirman que la misma enemistad contra Cristo manifestada por los judíos de antaño, es la que han mostrado dirigentes en nuestra historia adventista. Más aún, ese síndrome de "como los judíos" ha constituido la raíz de nuestro problema espiritual de base, por más de un siglo.
Es fácil suponer que Laodicea, puesto que es tibia, no es ni muy mala ni muy buena, que nuestro pecado es más bien leve. Frecuentemente hemos actuado y hablado como si el cielo estuviese muy orgulloso de nosotros. Pero el problema es grave. Nuestra comprensión espiritual no ha guardado paralelismo con el crecimiento en el saber científico del mundo. En esta era de las computadoras, a nadie le gustaría vivir en una cueva, calculando mediante ábacos a la luz de un candil. Pero espiritualmente hablando, Cristo representa a su iglesia de los últimos días como virtualmente en la mendicidad, satisfecha con recursos espirituales totalmente desfasados para nuestro tiempo. Constituimos un cuadro patético a la vista del cielo. Algún día miraremos hacia atrás, y veremos nuestra era como la edad de las tinieblas. En un momento de explosión en el conocimiento tecnológico, el pueblo de Dios no ha podido romper esa barrera de "y no conoces". El último continente inexplorado no es la Antártida, sino las profundidades interiores del alma de Laodicea. Esa enemistad latente que Cristo dice que no conocemos.
La ciencia está descubriendo la manera en la que bacterias y virus patógenos producen las enfermedades. Mientras que la patología llega normalmente a identificar a esos microorganismos enemigos, nuestra comprensión de lo que es el pecado, y su modus operandi, no se ha correspondido con el conocimiento científico secular sobre la enfermedad y sus causas. Sin embargo, estamos cerca del momento en el que debe terminar la intercesión de Cristo como Sumo Sacerdote, cuando el virus del pecado debe haber sido aniquilado por siempre. Si pasado ese tiempo persiste algún alejamiento o enemistad contra Dios en nuestros corazones, ésta se desarrollará sin restricción hasta la rebelión total contra Dios. El resultado será el Armagedón: enemistad impenitente y del mayor calibre contra Cristo, libre de la restricción impuesta ahora por el Espíritu Santo. Ningún virus latente de pecado debe sobrevivir a la crisis final.
En esencia, todo pecado es una nueva crucifixión de Cristo, y su manifestación final será el Armagedón. Nadie podrá negar que el pecado ha abundado en nuestra edad moderna; el conocimiento de una gracia sobreabundante es su única solución.
El maestro inventor de todo plan malvado, pretende poner a Cristo en una situación embarazosa. Si Satanás logra perpetuar el pecado entre el pueblo de Dios, tiene la victoria asegurada. Es su mejor forma de sabotear el reino de Cristo. Afrontemos la realidad: lo que antes podía calificarse de simple apatía, constituye hoy pecado. Y avanzando el tiempo, demostrará ser una recrucifixión de Cristo. El enemigo no puede por ahora utilizar la fuerza física. Su estrategia ha sido tomar ventaja de nuestra ignorancia en cuanto a lo que constituye el pecado, llevándonos así a la parálisis espiritual. Nuestra fatal tibieza es un terreno encantado con la magia del letargo, ante las lindes del cielo.
Robert J. Wieland, Sé pues celoso y arrepiéntete, pueblo mío.
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