UN CONFLICTO CÓSMICO REAL. EL ORIGEN DEL MAL (I)
EL ORIGEN DEL MAL (I)
El orgullo de su propia gloria le hizo desleal la supremacía. Lucifer no apreció como don de su Creador los altos honores que Dios le había conferido, y no sintió gratitud alguna. Se glorificaba de su belleza y elevación, y aspiraba ser igual a Dios.
Los ángeles se deleitaban en ejecutar sus órdenes, y estaba revestido de sabiduría y gloria sobre todos ellos. Sin embargo era el Hijo de Dios Soberano reconocido en el cielo, y gozaba de la misma autoridad y poder que el Padre. Cristo tomaba parte en todos los consejos de Dios, mientras que a Lucifer no le era permitido entrar así en los designios divinos.
Y este ángel poderoso se preguntaba por qué había de tener Cristo la supremacía y recibir más honra que él mismo.
Abandonando el lugar que ocupaba en la presencia inmediata del Padre, Lucifer salió a difundir el espíritu de descontento entre los ángeles. Obrando con misterioso sigilo y encubriendo durante algún tiempo sus verdaderos fines bajo una apariencia de respeto hacia Dios, se esforzó en despertar el descontento respecto de las leyes que gobernaban a los seres divinos, insinuando que ellas imponían restricciones innecesarias. Procuró ganarse la simpatía de ellos haciéndoles creer que Dios había obrado injustamente con él, concediendo a Cristo honor supremo.
En su gran misericordia, Dios soportó por largo tiempo a Lucifer. Fue retenido aún por mucho tiempo en el cielo. Varias y repetidas veces se le ofreció el perdón con tal de que se arrepintiese y se sometiese.
Hasta entonces no se había conocido el espíritu de descontento en el cielo. Lucifer no comprendía la verdadera naturaleza de sus sentimientos. Se empeñó en defender su proceder insistiendo en que no necesitaba arrepentirse, y se entregó de lleno al gran confflicto con su Hacedor.
Desde entonces dedicó todo el poder y su gran inteligencia a la tarea de engañar.
En su actitud para con el pecado, Dios no podía sino obrar con justicia y verdad. Satanás podía hacer uso de armas de las cuales Dios no podía valerse: la lisonja y el engaño.
Satanás había tratado de falsificar la Palabra de Dios y había representado de un modo falso su plan de gobierno ante los ángeles, sosteniendo que Dios no era justo al imponer leyes y reglas a los habitantes del cielo; que al exigir de sus criaturas sumisión y obediencia, sólo estaba buscando su propia gloria.
Por eso debía ser puesto de manifiesto a los habitantes del cielo y ante los de todos los mundos, que el gobierno de Dios era justo y su ley perfecta.
Había que dejarle tiempo para que se diera a conocer sus actos de maldad.
E. G. White, El Conflicto Inminente
Los ángeles se deleitaban en ejecutar sus órdenes, y estaba revestido de sabiduría y gloria sobre todos ellos. Sin embargo era el Hijo de Dios Soberano reconocido en el cielo, y gozaba de la misma autoridad y poder que el Padre. Cristo tomaba parte en todos los consejos de Dios, mientras que a Lucifer no le era permitido entrar así en los designios divinos.
Y este ángel poderoso se preguntaba por qué había de tener Cristo la supremacía y recibir más honra que él mismo.
Abandonando el lugar que ocupaba en la presencia inmediata del Padre, Lucifer salió a difundir el espíritu de descontento entre los ángeles. Obrando con misterioso sigilo y encubriendo durante algún tiempo sus verdaderos fines bajo una apariencia de respeto hacia Dios, se esforzó en despertar el descontento respecto de las leyes que gobernaban a los seres divinos, insinuando que ellas imponían restricciones innecesarias. Procuró ganarse la simpatía de ellos haciéndoles creer que Dios había obrado injustamente con él, concediendo a Cristo honor supremo.
En su gran misericordia, Dios soportó por largo tiempo a Lucifer. Fue retenido aún por mucho tiempo en el cielo. Varias y repetidas veces se le ofreció el perdón con tal de que se arrepintiese y se sometiese.
Hasta entonces no se había conocido el espíritu de descontento en el cielo. Lucifer no comprendía la verdadera naturaleza de sus sentimientos. Se empeñó en defender su proceder insistiendo en que no necesitaba arrepentirse, y se entregó de lleno al gran confflicto con su Hacedor.
Desde entonces dedicó todo el poder y su gran inteligencia a la tarea de engañar.
En su actitud para con el pecado, Dios no podía sino obrar con justicia y verdad. Satanás podía hacer uso de armas de las cuales Dios no podía valerse: la lisonja y el engaño.
Satanás había tratado de falsificar la Palabra de Dios y había representado de un modo falso su plan de gobierno ante los ángeles, sosteniendo que Dios no era justo al imponer leyes y reglas a los habitantes del cielo; que al exigir de sus criaturas sumisión y obediencia, sólo estaba buscando su propia gloria.
Por eso debía ser puesto de manifiesto a los habitantes del cielo y ante los de todos los mundos, que el gobierno de Dios era justo y su ley perfecta.
Había que dejarle tiempo para que se diera a conocer sus actos de maldad.
E. G. White, El Conflicto Inminente
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