CONOCIENDO A JESÚS. ¡Maravillosa humillación!

¡MARAVILLOSA HUMILLACIÓN!

Porque ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos.

 2 Corintios 8.9

Foto: TOM BRICKER. Wallpaperswide.com
Visitamos los antiguos palacios reales de Francia... Pensé en los reyes que una vez cruzaran por esos grandes atrios y adornaran esas galerias. ¿Dónde está ahora su grandeza humana?

Luego recordamos a Jesús que vino a nuestro mundo con sus benditos propósitos de amor, despojándose a sí mismo de su ropaje real, su corona, y descenió del trono real vistiendo su divinidad con humanidad para transformarse en varón de dolores experimentado en quebrantos. Lo vemos entre los pobres, bendiciendo a los afligiso, sanando a los enfermos, alcanzando con su divina piedad hasta las mismas profundidades de la miseria humana. Aun se compadeció de las tristezas y necesidades de los niñitos.

Ángeles han sido enviados como mensajeros de misericordia a los angustiados, a los dolientes. Estos ángeles están cumpliendo misiones de amor, cuidado y misericordia para los dolientes de la humanidad. Pero hay un cuadro de humillación mayor que éste: el Señor, el Hijo del Padre Infinito, el Príncipe de los reyes de la tierra, el que nos amó, el que nos lavó de nuestros pecados en su propia sangre. 

¿Qué es la obra de los ángeles comparada con la humillación de Cristo? Su trono es desde la eternidad. El levantó cada arco y cada columna del gran templo de la naturaleza. Contempladlo, el principio de la creación de Dios, el que cuenta lo astros, el que creó los mundos (entre los cuales esta tierra no es más que una manchita). Las naciones delante de él no son más que "la gota de agua que cae del cubo, y como menudo polvo en las balanzas". Contemplad al Señor, al glorioso Redentor, como un habitante más del mundo que creara, y sin embargo desconocido por los mismos a quienes manifestó tan grande interés para bendecirlos y salvarlos.

¡Qué condescendencia hacia los hombres caídos de la tierra! ¡Qué maravilloso amor!

E.G. White, Manuscrito 75, 1886.

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