LAS BUENAS NUEVAS DE EVANGELIO. Cristo y su Justicia (VII). Importantes lecciones prácticas (III)

CRISTO Y SU JUSTICIA (VII)

  IMPORTANTES LECCIONES PRÁCTICAS(III)





Lee el salmo noventa y dos, que es un salmo dedicado al sábado. Así rezan los primeros cuatro versículos:

“Bueno es alabarte, oh Eterno, y cantar salmos a tu nombre, oh Altísimo. Anunciar tu amor por la mañana, y tu fidelidad cada noche, al son del decacordio y el salterio, en tono suave y con el arpa. Oh Eterno, por cuanto me has alegrado con tus obras, en las obras de tus manos me gozo”.

¿Qué tiene esto que ver con el sábado? Está claro: el sábado es el memorial de la creación. Dice el Señor: “Les di también mis sábados, para que fuesen una señal entre mí y ellos, para que supiesen que yo soy el Eterno que los santifico” (Ezequiel 20.12). El Salmista guardó el sábado como Dios quiso que se guardara, meditando acerca de la creación y el maravilloso poder y bondad de Dios en ella exhibidos. Y después, reflexionando sobre ello, se dio cuenta de que el Dios que viste los lirios con una gloria que sobrepasa a la de Salomón, se preocupa aún mucho más por sus criaturas inteligentes; y al mirar a los cielos, que muestran el poder y la gloria de Dios, y darse cuenta que fueron traídos a la existencia a partir de la nada, le vino el pensamiento alentador de que ese mismo poder obraría en él para liberarlo de la flaqueza humana. Por lo tanto, halló el gozo y la alegría en la obra de las manos de Dios. El conocimiento del poder de Dios que obtuvo por la contemplación de la creación, que obtuvo por la contemplación de la creación, lo llenó de ánimo al comprender que ese mismo poder estaba a su disposición; y aferrándose a ese poder por la fe, logró grandes victorias. Tal es el propósito del sábado: llevar al hombre al conocimiento de Dios para salvación.

Resumimos así el pensamiento:

1. La fe en Dios viene por el conocimiento de su poder; desconfiar de él implica ignorancia acerca de su poder para cumplir sus promesas; nuestra fe en él será proporcional al conocimiento que tengamos de su poder.

2. La contemplación inteligente de la creación de Dios nos proporciona el verdadero concepto de su poder, puesto que su poder eterno y su divinidad se entienden por las cosas que él creó. (Romanos 1.20).

3. Es la fe la que da la victoria (1 Juan 5.4); por lo tanto, como la fe viene por conocer el poder de Dios, a partir de su palabra y de las cosas que él creó, viene a resultar que ganamos la victoria por la obra de sus manos. El sábado, entonces, que es el memorial de la creación, observado apropiadamente, es una gran fuente de fortaleza en la lucha del cristiano.

Esta es la importancia de Ezequiel 20.12: “Le di también mis sábados, para que fuesen una señal entre mí y ellos, para que supiesen que yo soy el Eterno que los santifico”. Esto es, sabiendo que la voluntad de Dios es nuestra santificación (1 Tesalonicenses 4.3; 5.23-24), mediante el uso apropiado del sábado comprendemos el poder de Dios para nuestra santificación. El mismo poder que se manifestó en la creación de los mundos, se manifiesta para la santificación de aquellos que se entregan a la voluntad de Dios. Este pensamiento, comprendido en su sentido más abarcante, traerá con toda seguridad gozo y consuelo divinos al alma sincera. A la vista de lo anterior podemos apreciar la fuerza de Isaías 58.13-14: “Si retiras tu pie de pisotear el sábado, de hacer tu voluntad en mi día santo, y si al sábado llamas delicia, santo, glorioso del Eterno, y lo veneras, no siguiendo tus caminos, ni buscando tu voluntad, ni hablando palabras vanas, entonces te deleitarás en el Señor, y yo te haré subir sobre las alturas de la tierra, y se sustentaré con la herencia de Jacob tu padre; porque la boca del Eterno lo ha dicho”.

Es decir, si se guarda el sábado de acuerdo con el plan de Dios, como un memorial de su poder creativo, como el recuerdo del poder Divino manifestado para la salvación de su pueblo, el alma, triunfante en las obras que él hizo, se deleitará en el Señor. Por consiguiente, el sábado es el gran punto de apoyo para la palanca de la fe, que eleva el alma a las alturas del trono de Dios, poniéndolo en comunión con él.

Resumiéndolo en pocas palabras se podría expresar así: El poder eterno y la divinidad del Señor se revelan en la creación (Romanos 1.20). Es la capacidad de crear lo que da la dimensión del poder de Dios. Pero el evangelio es el poder de Dios para salvación (Romanos 1.16). Por lo tanto, el evangelio nos revela precisamente el poder que se manifestó para traer los mundos a la existencia, ejercido ahora para la salvación de los hombres. Se trata en ambos casos del mismo poder.

A la luz de esta gran verdad, no hay lugar para la controversia acerca de si la redención es mayor que la creación: la redención es creación (Corintios 5.17; Efesios 4.24). El poder de la redención es el poder de la creación; el poder de Dios para salvación es el poder capaz de tomar la nulidad humana, y hacer de ella lo que será por todas las edades eternas para alabanza y gloria de la gracia de Dios. “Por eso, los que padecen según la voluntad de Dios, sigan haciendo el bien y encomiéndense al fiel Creador (1 Pedro 4.19)

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