VIDA EN ABUNDANCIA (II). El toque de la fe (II)
EL TOQUE DE LA FE (II)
"Si tocare solamente su vestido, seré salva."
Mateo 9.21
De pronto Jesús se detuvo, y mirando en torno suyo preguntó: "¿Quién es el que me ha docado?"
Mirándole asombrado, Pedro respondió: "Maestro, la compañía te aprieta y oprime, y dices: ¿Quién es el que me ha tocado?" (Lucas 8.45).
Jesús dijo: "Me ha tocado alguien; porque yo he conocido que ha salido virtud de mí." (Vers. 46). Él podía distinguir entre el toque de la fe y el contacto con la muchedumbre indiferente. Alguien le había tocado con un propóisto bien definido, y había recibido respuesta.
Cristo no hizo la pregunta para obtener información. Quería dar una lección al pueblo, a sus discípulos y a la muer, infundir esperanza al afligido y mostrar que la fe había hecho intervenir el poder curativo. La confianza de la mujer no debía ser pasada por alto sin comentario. Dios tenía que ser glorificado por la confesión agradecida de ella. Cristo deseaba que ella comprendiera que él aprobaba su acto de fe. No quería dejarla ir con una bendición incompleta. Ella no debía ignorar que él conocía sus padecimientos. Tampoco debía desconocer el amor compasivo que le tenía ni la aprobación que diera a la fe de ella en el poder que había en él para salvar hasta lo sumo a cuantos se allegasen a él.
Mirando a la mujer, Cristo insistió en saber quién le había tocado. Viendo que no podía ocultarse, la mujer se adelantó temblando, y se postró a sus pies. Con lágrimas de gratitud, le dijo, en presencia de todo el puesblo, por qué había tocado su vestido y cómo había quedado sana en el acto. Temía que al tocar su manto hubiera cometido un acto de presunción; pero ninguna palabra de censura salió de los labios de Cristo. Sólo dijo palabras de aprobación, procedentes de un corazón amoroso, lleno de simpatía por el infortunio humano. Con dulzura le dijo: "Hija, tu fe te ha salvado: ve en paz." (Ver. 48). ¡Cuán altenadoras le resultaron esas pañabras! El temor de que hubiera cometido algún agravio ya no amargaría su gozo.
La turba de curiosos que se apiñanabn alrededor de Jesús no recibió fuerza vital alguna. Pero la enferma que le tocó con fe, quedó curada. Así también las cosas espirituales, el contacto casual difiere del contacto de la fe. La mera creencia en Cristo como Salvador del mundo no imparte sanidad al alma. La fe salvadora no es u simple asentimiento a la verdad del Evangelio. La verdadera fe es la que recibe a Cristo como un Salvador personal. Dios dio a su Hijo unigénito, para que YO, mediante la fe en él, "no perezca, mas tenga vida eterna." (Juan 3.16). Al acudir a Cristo, cofnorme a su palabra, he de creer que recibo su gracia salvadora. La vida que ahora vivo, la debo vivir "en la fe del Hijo de Dios, el cual ME AMÓ, y se entregó a sí mismo por MÍ." (Gálatas 2.20).
Muchos consideran la fe como una opinión. La fe salvadora es una transacción, por la cual los que reciben a Cristo se unen en un pacto con Dios. Una fe viva entraña un aumento de vigor y una confianza implícita que, por medio de la gracia de Cristo, dan al alma un poder vencedor.
La fe es más poderosa que la muerte para vencer. Si logramos que los enfermos fijen sus miradas con fe en el poderosos Médico, veremos resultados maravillosos. Esto vivificará tanto al cuerpo como al alma.
Al trabajar en pro de las víctimas de los malos hábitos, en vez de señalarles la desesperación y ruina las cuales se precipitan, dirigid sus miradas hacia Jesús. Haced que se fijen en las glorias de lo celestial. Esto será más eficaz para la salvación del cuerpo y del alma que todos los terrores del sepulcro puestos delante del que carece de fuerza y aparentemente de esperanza.
Ministerio de la Curación
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