VIDA EN ABUNDANCIA. Educación para el conflicto de la vida

EDUCACIÓN PARA EL CONFLICTO DE LA VIDA (I)

¡Cuánto más importante es tal cuidado para asegurar el éxito en el conflicto de la vida! No nos hallamos empeñados en combates ficticios. Libramos un combate del que dependen resultados eternos. Tenemos que habérnoslas con enemigos invisibles. Ángeles malignos luchan por dominar a todo ser humano. Lo perjudicial para la salud, no sólo reduce el vigor físico, sino que tiende a debilitar las facultades intelectuales y morales. Al ceder a cualquier práctica antihigiénica dificultamos la tarea de discernir entre el bien y el mal, y nos inhabilitamos para resstir al mal. Esto aumenta el peligro del fracaso y de la derrota. 

"Los que corren en el estadio, todos a la verdad corren, mas uno lleva el premio." 1 Corintios 9.24. En la guerra en que estamos empeñados pueden triunfar todos los que se someten a la disciplina y obedezcan a  los principios correctos. Con demasiada frecuencia la práctica de estos principios en los detalles de la vida se considera como asunto trivial que no merece atención. Pero si tenemos en cuenta los resultados contingentes, nada de aquello con que tenemos que ver es cosa baladí. Cada acción echa su paso en la balanza que determina la victoria o la derrota en la vida. La Escritura nos manda que corramos de tal manera que obtengamos el premio.

En el caso de nuestros primeros padres, el deseo intemperante dió por resultado la pérdida del Edén. La templanza en todo tiene que ver con nuestra reintegración en el Edén más de lo que los hombres se imaginan. 

Aludiendo al renunciamiento de que daban prueba los antiguos griegos que luchaban en la aplestra el apóstol Pablo: "Todo aquel que lucha, de todo se abstien: y ellos, a la verdad, para recibir una corona corrupible; mas nosotros, incorruptible; mas nosotros, incorruptible. Así que, yo de esta manera corro, no como a cosa incierta; de esta manera peleo, no como quien hiere el aire: antes hiero mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre; no sea que, habiendo predicado a otros, yo mismo venga a ser reprobado." (Vers 25-27).

El progreso de la reforma depende de un claro reconocimiento de la verdad fundamental. Mientras que, por una parte, hay peligro en una filosofía estrecha y una ortodoxia dura y fría, por otra, un liberalismo encierra gran peligro. El fundamento de toda reforma duradera es la ley de Dios. Tenemos que presentar en líneas claras y bien definidas la necesidad de obedecer a esta ley. Sus principios deben recordarse de continuo  a la gente. Son tan eternos e inexorables como Dios mismo.

Uno de los efectos más deplorables de la apostasía original fue la pérdida de la facultad del dominio propio por parte del hombre. Sólo en la medida en que se recupere esta facultad puede haber verdadero progreso.

El cuerpo es el único medio por el cual la mente y el alma desarrollan para la edificación del carácter. De ahí que el adversario de las almas encamine sus tentaciones al debilitamiento y a la degradación de las facultades físicas. Su éxito en esto envuelve la sujeción al mal de todo nuestro ser. A menos que estén bajo el dominio de un poder superior, las propensiones de nuestra naturaleza física acarrearán ciertamente ruina y muerte.

El cuerpo tiene que ser puesto en sujeción. Las facultades superiores de nuestro ser deben gobernar. Las pasiones han de obedecer a la voluntad, que a su vez ha de obedecer a Dios. El poder soberano de la razón, santificado por la gracia, debe dominar en nuestra vida. 

El Ministerio de la Curación

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