UN CONFLICTO CÓSMICO REAL. El Zarandeo: Introducción

EL ZARANDEO: INTRODUCCIÓN

En los últimos años he tenido ocasión de cambiar impresiones con hermanos procedentes de diversas iglesias adventistas en España y el sur y este de Europa. Muchos de ellos sentían agudamente lo avanzado de la hora en que vivimos y la necesidad de consagración y renovación de nuestro compromiso con la verdad; una verdad desdibujada en la medida en que se ha ido relativizando la separación entre el pueblo de Dios remanente y las iglesias caídas, tanto en doctrinas como en experiencia de adoración y costumbres. 

Compartiendo con esos hermanos vivencias, predicaciones y oraciones, he tenido frecuentemente la impresión de encontrarme ante la “sal de la tierra”: verdaderos hermanos en la preciosa fe de Jesús, deseosos de servir de todo corazón al Señor al precio que sea, y de estar en la situación que les permita recibir la esperada lluvia tardía. En algunos de ellos he percibido una mezcla de tristeza, alarma y hasta desesperación, en contraste con la acomodada indiferencia que solemos ver en tantos otros cuya actitud pareciera sugerir que no hay mayor causa para la preocupación -excepto la propia existencia de hermanos preocupados-.

En contraste con el despreocupado optimismo de estos últimos y con el pesimismo de los primeros, propongo un optimismo cualificado, no basado en lo que percibimos, sino en la Palabra y en el poder que la asiste.

Yo empatizo con los hermanos preocupados. Me siento uno de ellos. Pero si bien considero inquietante el desinterés de los despreocupados y su aparente falta de reacción (positiva), me preocupa también la posibilidad de sobre reaccionar, o de reaccionar equivocadamente, perdiendo de vista la necesidad de hacer todo esfuerzo por fomentar la restauración y unidad del pueblo de Dios, que es precisamente lo que el enemigo desea impedir. Es decir: intentando defender la fidelidad de Cristo, veo peligro de que olvidemos mantener el espíritu de Cristo.
Una de las tentaciones presentes, aunque rara vez expresada, es la idea de abandonar las filas de la iglesia tal como hoy la conocemos, por parecer que sea la única forma de vivir y predicar eficazmente el mensaje que el cielo nos ha encomendado. “Abandonar” tiene, al menos, dos versiones: la literal y la metafórica, manifestada esta última en el desvío de afecto y recursos hacia ministerios ávidos de ellos, aun “permaneciendo” en la iglesia (permítaseme afirmar que creo en la necesidad de los ministerios de sostén propio, y tengo a Pablo por un ejemplo de ellos).

Creo que la idea de abandonar, en sus dos versiones, es una idea equivocada, por las razones que expongo en este escrito cuyo contenido resumo en dos frases:
        -Babilonia no tiene remedio: hay que salir de ella.
        -El que sale de Laodicea no tiene remedio: hay que permanecer en ella.

Este estudio no analiza qué causa el zarandeo, sino cómo el zarandeo purifica al pueblo de Dios.

La historia sagrada desconoce un solo episodio en el que Dios haya pedido a sus hijos más fieles que abandonen su pueblo, debido a la apostasía reinante. Es inspiradora la fidelidad de Elías y Eliseo, de Jeremías e Isaías, de David, y por descontado, de Moisés. A este último, el Señor le “consultó” acerca de destruir al pueblo de Israel y hacerlo a él líder de un pueblo más santo. Pero Moisés comprendió que el honor de Dios dependía de su pueblo, de aquel pueblo. Y “evitó” la destrucción de Israel, incluso a riesgo de perder su salvación eterna (Éxodo 32 y Números 14). Cuando nos sentimos tentados a abandonar el pueblo de Dios por considerar que su situación espiritual es deplorable -como la de Israel en tiempo de Moisés-, a lo que estamos siendo tentados en realidad es a “destruir” en nuestra mente al pueblo de Dios. Nuestra actitud es exactamente contraria a la que el Señor honró en Moisés. Moisés supo lo que es el amor que se sacrifica. No en vano, el cántico del Cordero y el cántico de Moisés aparecen juntos en el Apocalipsis. Es el canto de un amor que ama al prójimo como a uno mismo, y que ama a Dios por encima de todas las cosas, incluso por encima de uno mismo.

De militante a triunfante: el zarandeo, LB

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