2. VIDA EN ABUNDANCIA. El único remedio

VIDA EN ABUNDANCIA

El único remedio


Para toda alma que lucha por elevarse de una vida de pecado a una vida de pureza, el gran elementos de fuerza reside en el único nombre debajo del cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos. Hechos 4.12. "Si alguno tiene sed", de esperanza tranquila, de ser libertado de inclinaciones pecaminosas, Cristo dice: "Venga a mí, y beba". Juan 7.37. El único remedio contra el vicio es la gracia y el poder de Cristo.

De nada sirven las buenas resoluciones que uno toma confiado en su propia fuerza. No conseguirán todas las promesas del mundo quebrantar el poder de un hábito vicioso. Nunca podrán los hombres practicar la templanza en todo sino cuando la gracia divina renueve sus corazones. No podemos guardarnos del pecado ni por un solo momento. Siempre tenemos que depender de Dios. ...

Cristo llevó una vida de perfecta obediencia a la ley, y así dio ejemplo a todo ser humano. La vida que él llevó en este mundo, tenemos que llevarla nosotros por medio de su poder bajo su instrucción.

En la obra que desempeñamos por los caídos, han de quedar impresas en el espíritu y en el corazón las exigencias de la ley de Dios y la necesidad de serle leales. No dejéis nunca de manifestar que hay diferencia notable entre el que sirve a Dios y el que no le sirve. Dios es amor, pero no puede disculpar la violación voluntaria de los mandamientos. Los decretos de su gobierno son tales que los hombres no pueden evitar las consecuencias de desobedecerlos. Dios sólo honra a los que le honran. El comportamiento del hombre en este mundod ecide su destino eterno. Según haya sembrado, así segará. A la causa ha de seguir el efecto.

Sólo la obediencia perfecta puede satisfacer el ideal que Dios requiere. Dios no dejó indefinidas sus demandas. No prescribió nada que no sea necesario para poner al hombre en armonía con él. Hemos de enseñar a los pecadores el ideal de Dios en lo que respecta al carácter, y conducirlos a Cristo, cuya gracia es el único medio de alcanzar ese ideal. 

E.G. White, La Temperancia 

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