7. CONOCIENDO A JESÚS: Junto al pozo de Jacob
CONOCIENDO A JESÚS
JUNTO AL POZO DE JACOB
Cuando los discípulos volvieron, se sorprendieron al hallar a su Maestro hablando con la mujer. No había bebido el agua refrigerante que deseaba, ni se detuvo a comer lo que los discípulos habían traído. Cuando la mujer se hubo ido, los discípulos le rogaron que comiera. Le veían callado, absorto, como en arrobada meditación. Su rostro resplandecía, y temían interrumpir su comunión con el Cielo. Pero sabían que se hallaba débil y cansado, y pensaban que era deber suyo recordarle sus necesidades. Jesús reconoció su amante interés, y dijo: "Yo tengo una comida que comer, que vosotros no sabéis."
Los discípulos se pregutnaron quién le habría traído comida; pero él explicó: "Mi comida es que haga la voluntad del que me envió, y que acabe su obra." Jesús se recogijaba de que sus palabras habían despertado la conciencia de la mujer. La había visto beber del agua de la vida, y su propia hambre y sed habían quedado satisfechas. El cumplimiento de la misión por la cual había dejado el cielo fortalecía al Salvador para su labor, y lo elevaba por encima de las necesidades de la humanidad. El ministrar a un alma que tenía hambre y sed de verdad le era más grato que el comer o beber. Era para él un consuelo, un refrigerio. La benevolencia era la vida de su alma.
Nuestro redentor anhela que se le reconozca. Tiene hambre de la simpatía y el amor de aquellos a quienes compró con su propia sangre. Anhela con ternura inefable que vengan a él y tengan vida. Así como una madre espera la sonrisa de reconocimiento de su hijito, que le indica la aparición de la inteligencia, así Cristo espera la expresión de amor agradecido que demuestra que la vida espiritual se inició en el alma.
Elena Gould White, Deseado de Todas las Gentes
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