3. EL LLAMADO DEL TESTIGO FIEL. Cristo chasqueado.

EL LLAMADO DEL TESTIGO FIEL

Cristo chasqueado


Cantamos, oramos, y decimos que le amamos. Pero Él nos dice que lo tenemos por 'persona non grata'.
 
Nuestro moderno, pecaminoso y arruinado mundo, necesita desesperadamente una Iglesia Adventista del Séptimo Día llena del Espíritu. Abrigamos una profunda convicción: la de que nuestra Iglesia constituye el remanente profético descrito en Apocalipsis 12:17, un pueblo singular con el que está "airado" el dragón, y contra el que hace "guerra". Nuestro llamado es el propio de los que "guardan los mandamientos de Dios, y tienen el testimonio de Jesucristo". Es el mismo grupo que predica al mundo la verdadera buena nueva del "evangelio eterno" (cap. 14:6-12). Un ingrediente vital en la estabilidad del mundo.
 
Si bien ese destino profético ha mantenido a nuestra Iglesia durante más de un siglo, las palabras de severa reprensión del Señor, en su mensaje a Laodicea, no dejan ningún resquicio para el orgullo. Hemos predicado sermones y publicado artículos sin número sobre el reproche del Testigo fiel, pero en general reconocemos que el problema por Él señalado continúa existiendo todavía hoy.
 
Si hemos superado ya exitosamente esa debilidad espiritual, debería existir alguna evidencia clara que mostrase cuándo y cómo tuvo lugar esa victoria. Es de lógica elemental que cuando la iglesia venza realmente, el retorno de Cristo no puede seguir demorándose. Así lo confirma su parábola sobre el labrador (Jesús mismo): "Y cuando el fruto está maduro, en seguida se pasa la hoz, por haber llegado la siega" (Mar. 4:29). "La siega es el fin del mundo" (Mat. 13:39; Apoc. 14:14-16).
 
¿Por qué no ha efectuado aún su obra el llamamiento de Cristo a su pueblo? ¿Cuánto tardará aún su iglesia remanente en comprar su "oro afinado en fuego", sus "vestiduras blancas", y aplicarse el "colirio"? ¿Hemos de asumir que el mensaje de Cristo va a resultar finalmente en un fracaso? Algunos concluyen que, puesto que el antiguo Israel fracasó repetidamente, el moderno está fatalmente obligado a hacer lo mismo. Pero con seguridad ¡debe haber mejores nuevas que esas!
 
Estamos viviendo en la gran oportunidad para una victoria cual no se dio jamás en la historia. Se nos di esta seguridad: "El Espíritu Santo debe animar e impregnar toda la iglesia, purificando los corazones y uniéndolos unos a otros… El propósito de Dios es glorificarse a sí mismo delante del mundo en su pueblo" (Joyas de los Testimonios, vol. III, p. 288,289).
 
El mensaje de Jesús triunfará por fin, tan seguramente como la Iglesia Adventista del Séptimo Día es ese "remanente" descrito en Apocalipsis.

¿Es acaso tan dilatada espera, responsabilidad de Cristo? Esa es una forma habitual entre nosotros de comprender la demora. Pero creer eso origina un problema terrible: sin ninguna esperanza para el futuro, excepto continuar repitiendo nuestra historia del pasado, la expectativa del próximo retorno de Cristo se desvanece en la incertidumbre.
 
Un número especial de la Adventist Review de 1992, sobre la segunda venida, informaba acerca de la bien conocida incertidumbre al respecto, entre muchos de nuestros jóvenes. Cheryl R. Merritt refiere la estremecedora realidad, "Constituimos una generación carente de convicción, por lo que respecta a la segunda venida". "No creo que podamos realmente tener la más mínima idea de cuándo regresará" (Daniel Potter, 21, Union College). "Me resulta imposible imaginarla en mis días" (Shawn Sugars, 22, Andrews University).
 
Lo anterior revela un terrible problema. Si perdemos nuestra fe en la proximidad de la segunda venida, perdemos la razón para nuestra existencia como iglesia especial. Nuestros pioneros incluyeron en el nombre de nuestra denominación nuestra confianza en el próximo advenimiento de Cristo. El diccionario define la palabra "adventista", no en términos de cierta esperanza remota en un evento divino alejado en el tiempo, sino como la confianza en el pronto regreso del Señor. Hay una relación estrecha entre el llamamiento de Cristo al arrepentimiento, dirigido a Laodicea, y nuestra confianza en la proximidad de su venida.

Robert J. Wieland. Sé pues celoso y arrepiéntete, pueblo mío.

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