5. BUENAS NUEVAS. Aceptos en el amado (2)
BUENAS NUEVAS
Aceptos en el amado (2)
"Buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas" (Mateo 6.33)
El proceso es el siguiente:
"Entre ellos todos nosotros también vivimos en otro tiempo al impulso de los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos; y éramos por naturaleza hijos de ira, igual que los demás. Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun cuando estábamos muertos en pecados, nos dio vida junto con Cristo. Por gracia habéis sido salvos. Y con él nos resucitó y nos sentó en el cielo con Cristo Jesús, para mostrar en los siglos venideros la abundante riqueza de su gracia, en su bondad hacia nosotros en Cristo Jesús. Porque por gracia habéis sido salvados por la fe. Y esto no proviene de vosotros, sino que es el don de Dios. No por obras, para que nadie se gloríe. Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, que Dios de antemano preparó para que anduviésemos en ellas" (Efe. 2:3-10).
Hemos de servir "para la alabanza y gloria de su gracia". Eso nunca podría ser así, si es que hubiéramos sido dignos previamente de todo lo que pagó por nosotros. En ese caso, no habría gloria para él en esa obra. No podría, en las edades venideras, mostrar en nosotros las riquezas de su gracia. Pero cuando él nos toma, indignos como somos, y nos presenta finalmente sin mancha delante del trono, será para su gloria por siempre. Y entonces nadie se atribuirá valor a sí mismo. Los ejércitos santificados se unirán por la eternidad, diciendo a Cristo: "Digno eres... porque fuiste muerto, y con tu sangre compraste para Dios gente de toda raza y lengua, pueblo y nación; y de ellos hiciste un reino y sacerdotes para servir a nuestro Dios". "El Cordero que fue muerto es digno de recibir poder y riquezas, sabiduría y fortaleza, honra, gloria y alabanza" (Apoc. 5:9,10 y 12).
Ciertamente debiera desecharse toda duda con respecto a si Dios nos acepta. Pero no sucede así. El impío corazón incrédulo alberga dudas todavía. 'Creo todo esto, pero...' –Detengámonos aquí: si realmente creyeras, no habría ningún 'pero'. Cuando se añade el 'pero' a la declaración de creer, realmente se quiere decir: 'Creo, pero no creo'. Continúas así: 'Tal vez estés en lo cierto, pero... Creo las declaraciones bíblicas que has citado, pero la Biblia dice que si somos hijos de Dios tendremos el testimonio del Espíritu, y tendremos el testimonio en nosotros; y yo no siento tal testimonio, por lo tanto no puedo creer que sea de Cristo. Creo su palabra, pero no tengo el testimonio'...
Entiendo tu dificultad; veamos si es posible eliminarla.
Con respecto a pertenecer a Cristo, tú mismo puedes decidir eso. Has visto lo que él entregó por ti. Ahora, la pregunta es: ¿Te has entregado tú a él? Si lo has hecho, puedes tener la seguridad de que te ha aceptado. Si no eres de él es únicamente porque has rehusado entregarle aquello que compró ya. Le estás defraudando. Él dice: "Todo el día extendí mis manos a un pueblo desobediente y rebelde" (Rom. 10:21). Te ruega que le entregues lo que compró y pagó, sin embargo tú rehúsas hacerlo, para acusarlo después de no estar dispuesto a recibirlo -a recibirte-. Pero si te has entregado a él de corazón, puedes estar seguro de que te ha recibido.
En cuanto a que crees sus palabras aun dudando de si te acepta o no, debido a que no sientes el testimonio del Espíritu en tu corazón, permíteme que insista en que no crees. Si creyeras, tendrías el testimonio. Escucha su palabra: "El que cree en el Hijo de Dios, tiene el testimonio en sí mismo. El que no cree a Dios lo hace mentiroso, porque no ha creído en el testimonio que Dios ha dado acerca de su Hijo" (1 Juan 5:10). Creer en el Hijo es simplemente creer en su palabra y en lo escrito acerca de él.
"El que cree en el Hijo de Dios, tiene el testimonio en sí mismo". No puedes tener el testimonio hasta que no creas; y tan pronto como creas, tienes el testimonio. ¿Cómo? Porque tu creencia en la palabra de Dios es precisamente el testimonio. Lo dice Dios: "La fe es la sustancia de lo que esperamos, y la evidencia de lo que no vemos" (Heb. 11:1).
Si oyeses a Dios decirte a viva voz que eres su hijo, considerarías eso suficiente testimonio. Bien, pues cuando Dios habla en su palabra, es lo mismo que si hablara con voz audible, y tu fe es la evidencia de que oyes y crees.
Este es un asunto tan importante, que vale la pena prestarle cuidadosa consideración.
E. J. Waggoner. Cristo y Su Justicia
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