5. BUENAS NUEVAS. Aceptos en el amado (3)

BUENAS NUEVAS

Aceptos en el amado (3)


"Buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas" (Mateo 6.33)

 

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Leamos un poco más acerca del testimonio.

Primero leemos que somos "todos hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús" (Gál. 3:26). Esta es una confirmación positiva de lo dicho a propósito de nuestra incredulidad en el testimonio. Nuestra fe nos hace hijos de Dios. Pero ¿cómo obtenemos esta fe? –"La fe viene por el oír; y el oír, por medio de la Palabra de Dios" (Rom. 10:17). Pero ¿cómo podemos obtener fe en la palabra de Dios? –Cree simplemente que Dios no puede mentir. Muy difícilmente llamarías a Dios mentiroso en su propia presencia; pero eso es lo que haces si no crees en su palabra. Todo lo que tienes que hacer para creer es, creer. "La Palabra está cerca de ti, en tu boca y en tu corazón. Esta es la Palabra de fe, que predicamos: Así, si con tu boca confiesas que Jesús es el Señor, y en tu corazón crees que Dios lo levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para ser justificado, y con la boca se hace confesión para salvación. Pues la Escritura dice: Todo el que crea en él, no será avergonzado" (Rom. 10:8-11).

Esto concuerda con el testimonio de Pablo: "El mismo Espíritu testifica a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios. Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo" (Rom. 8:16 y 17). Este Espíritu que testifica a nuestro espíritu, es el Consolador que Jesús prometió (Juan 14:16). Y sabemos que su testimonio es verdadero, porque es el "Espíritu de verdad". Ahora, ¿cómo da testimonio? –Trayendo a nuestra memoria la Palabra que fue escrita. Él fue quien inspiró esas palabras (1 Cor. 2:13; 2 Pedro 1:21), y por lo tanto, cuando las trae a nuestra memoria, es lo mismo que si nos estuviera hablando directa y personalmente. Presenta ante nuestra mente la palabra –que hemos citado en parte–. Sabemos que es verdadera, pues Dios no puede mentir; despachamos a Satanás con su falso testimonio en contra de Dios, y creemos a la palabra. Al creerla, sabemos que somos hijos de Dios, y clamamos: "Abba, Padre". Entonces la gloriosa verdad se despliega con mayor claridad ante nuestra alma. La repetición de las palabras las hace una realidad para nosotros. Él es nuestro Padre; nosotros somos sus hijos. ¡Qué gozo da ese pensamiento! Vemos pues que el testimonio que tenemos en nosotros no es un simple sentimiento o emoción. Dios no pide que pongamos nuestra confianza en un indicador tan poco fiable como nuestros sentimientos. Según la Escritura, aquel que confía en su propio corazón es necio. El testimonio en el que debemos confiar es la inmutable Palabra de Dios, y mediante el Espíritu podemos tener en nuestros corazones un testimonio tal. "¡Gracias a Dios por su don inefable!"


Esta seguridad no nos exime de ser diligentes, ni nos lleva a la descuidada indolencia, como si ya hubiéramos alcanzado la perfección. Debemos recordar que Cristo no nos acepta a causa de nosotros, sino a causa de él; no porque seamos perfectos, sino porque en él podemos avanzar hacia la perfección. Nos bendice, no porque hayamos sido tan buenos como para merecer la bendición, sino para que en la fortaleza de la bendición podamos volvernos de nuestras iniquidades (Hech. 3:26). A todo el que cree en Cristo, le es dada potestad –poder o privilegio– de ser hecho hijo de Dios (Juan 1:12). Es por las "preciosas y grandísimas promesas" de Dios mediante Cristo, como llegamos a "participar de la naturaleza divina" (2 Pedro 1:4).


E. J. Waggoner, Cristo y Su Justicia

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