6. ALIENTOS DE VIDA ETERNA. Viviendo por la fe (2)
ALIENTOS DE VIDA ETERNA
Viviendo por la fe (2)
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“Tampoco en la promesa de Dios dudó con desconfianza: antes fue esforzado en fe, dando gloria a Dios, plenamente convencido de que todo lo que había prometido, era también poderoso para hacerlo. Por lo cual también le fue atribuido a justicia.”
Romanos 4:20-22
Ahora,
¿cómo podemos ganar victorias continuas en nuestra contienda espiritual? Escuchemos
al discípulo amado:
“Porque
todo aquello que es nacido de Dios vence al mundo: y esta es la victoria que
vence al mundo, nuestra fe” (1 Juan 5:4). Leamos nuevamente las palabras de Pablo:
“Con Cristo estoy juntamente crucificado, y vivo, no ya yo, más vive Cristo en
mí: y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual
me amó, y se entregó a sí mismo por mí” (Gál. 2:20).
Aquí
tenemos el secreto de la fuerza. Es Cristo, el Hijo de Dios, a quien fue dada
toda potestad en el cielo y en la tierra, el que realiza la obra. Si es él
quien vive en el corazón y hace la obra, ¿es jactancia decir que es posible
ganar victorias continuamente? De acuerdo, eso es gloriarse, pero es gloriarse
en el Señor, lo que es perfectamente lícito. Dijo el salmista: “En Jehová se
gloriará mi alma”. Y Pablo dijo: “Mas lejos esté de mí gloriarme, sino en la
cruz de nuestro Señor Jesucristo, por el cual el mundo me es crucificado a mí,
y yo al mundo” (Gál. 6:14).
Los
soldados de Alejandro Magno tenían fama de invencibles. ¿Por qué? ¿Es porque
poseían de forma natural más fortaleza o ánimo que todos sus enemigos? No, sino
porque estaban bajo el mando de Alejandro. Su fuerza radicaba en su dirigente.
Bajo otra dirección, habrían sufrido frecuentes derrotas. Cuando el ejército de
la Unión se batía en retirada, presa del pánico, ante el enemigo, en
Winchester, la presencia de Sheridan transformó la derrota en victoria. Sin él,
los hombres eran una masa vacilante; con él a la cabeza, una armada invencible.
Si hubieseis oído los comentarios de esos soldados victoriosos, tras la
batalla, habríais escuchado alabanzas a su general, mezcladas con expresiones de
gozo. Ellos eran fuertes porque su jefe lo era. Les inspiraba el mismo espíritu
que lo animaba a él.
Pues
bien, nuestro capitán es Jehová de los ejércitos. Se ha enfrentado al principal
enemigo, y estando en las peores condiciones, lo ha vencido. Quienes lo siguen,
marchan invariablemente venciendo para vencer. Oh, si aquellos que profesan
seguirle quisieran poner su confianza en él, y entonces, por las repetidas victorias
que obtendrían, rendirían la alabanza a Aquel que los llamó de las tinieblas a
su luz admirable.
Juan
dijo que el que es nacido de Dios vence al mundo, mediante la fe. La fe se aferra al brazo de Dios, y la poderosa
fuerza de éste cumple la obra. ¿De qué manera puede obrar el poder de Dios en el
hombre, realizando aquello que jamás podría hacer por sí mismo?, nadie lo puede
explicar. Sería lo mismo que explicar de qué modo puede Dios dar vida a los
muertos. Dice Jesús: “El viento de donde quiere sopla, y oyes su sonido; mas ni
sabes de donde viene, ni a donde vaya: así es todo aquel que es nacido del Espíritu”
(Juan 3:8). Cómo obra el Espíritu en el hombre, para subyugar sus pasiones y
hacerlo victorioso sobre el orgullo, la envidia y el egoísmo, es algo que sólo
conoce el Espíritu; a nosotros nos basta con saber que así es, y será en todo quien
desee, por encima de cualquier otra cosa, una obra tal en sí mismo, y que
confíe en Dios para su realización.
Nadie
puede explicar el mecanismo por el que Pedro fue capaz de caminar sobre la mar,
entre olas que se abalanzaban sobre él; pero sabemos que a la orden del Señor
sucedió así. Por tanto tiempo como mantuvo sus ojos fijos en el Maestro, el
divino poder le hizo caminar con tanta facilidad como si estuviera pisando la sólida
roca; paro cuando comenzó a contemplar las olas, probablemente con un
sentimiento de orgullo por lo que estaba haciendo, como si fuera él mismo quien
lo hubiese logrado, de forma muy natural fue presa del miedo, y comenzó a
hundirse. La fe le permitió andar sobre las olas; el temor le hizo hundirse
bajo ellas.
Dice
el apóstol: “Por la fe cayeron los muros de Jericó con rodearlos siete días”
(Heb. 11:30). ¿Para qué se escribió tal cosa? Para nuestra enseñanza, “para que
por la paciencia, y por la consolación de las Escrituras, tengamos esperanza” (Rom.
15:4). ¿Qué significa? ¿Se nos llamará tal vez a luchar contra ejércitos armados,
y a tomar ciudades fortificadas? No, “porque no tenemos lucha contra sangre y
carne; sino contra principados, contra potestades, contra señores del mundo,
gobernadores de estas tinieblas, contra malicias espirituales en los aires”
(Efe. 6:12); pero las victorias que se han ganado por la fe en Dios, sobre enemigos
visibles en la carne, fueron registradas para mostrarnos lo que cumpliría la fe
en nuestro conflicto con los gobernadores de las tinieblas de este mundo. La
gracia de Dios, en respuesta a la fe, es tan poderosa en estas batallas como lo
fue en aquellas; ya que dice el apóstol: “Pues aunque andamos en la carne, no
militamos según la carne, (porque las armas de nuestra milicia no son carnales,
sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas); Destruyendo consejos,
y toda altura que se levanta contra la ciencia de Dios, y cautivando todo
intento a la obediencia de Cristo” (2 Cor. 10:3-5).
No
fue solamente a enemigos físicos a quienes los valerosos héroes de antaño vencieron
por la fe. De ellos leemos, no solamente que “ganaron reinos”, sino también que
“obraron justicia, alcanzaron promesas”, y lo más animador y maravilloso de
todo, “sacaron fuerza de la debilidad” (Heb. 11:33 y 34). Su
debilidad misma se les convirtió en fortaleza mediante la fe, ya que la
potencia de Dios en la flaqueza se perfecciona. ¿Quién podrá acusar entonces a
los elegidos de Dios, teniendo en cuenta que es Dios quien nos justifica, y que
somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras? 9 “¿Quién nos
apartará del amor de Cristo? tribulación? o angustia? o persecución? o hambre?
o desnudez? o peligro? o cuchillo?” “Antes en todas estas cosas hacemos más que
vencer por medio de aquel que nos amó” (Rom. 8:35,37).
A.
T. Jones y E. J. Waggoner, Lecciones de
fe
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