ALIENTOS DEL ESPÍRITU DE PROFECÍA. El trabajo no es maldición

EL TRABAJO NO ES MALDICIÓN
Es como el hombre que yéndose lejos, dejó su casa, y dio autoridad a sus siervos, y a cada uno su obra, y al portero mandó que velase. 
Marcos 13.34



Tenemos ante nosotros una gran tarea. No ha sido ideada ni planificada por nosotros. Todo el cielo está interesado en esta obra, y los que están empeñados en ella deben estar en pie bajo la bandera ensangrentada del Príncipe Emanuel. Dios quiere que estemos en pie con nuestros rostros hacia el frente, observando cada movimiento de nuestro Jefe, preparados para obedecer sus órdenes. A cada hombre ha dado su obra. Dios concedió dones a los hombres y a las mujeres, que no han de ser malgastados en consideraciones ociosas y en emociones sin sentido, sino empleados en acciones decididas. Nuestros talentos no deben ser absorbidos por lo abstracto ni malgastados en palabrerías. Todo lo que ocurre en el mundo exterior tiene su origen en un poder infernal. Los que conocen la verdad debieran estar llenos de la inspiración de Dios. Las lámparas del alma debieran mantenerse preparadas y encendidas.

Nos el ahora que hacemos lo que nos cansa más. Lo que nos fatiga en realidad es el pecado que impregna todo lo que hacemos. Dios quería que el trabajo fuera solo una bendición. El hombre nunca podría ser feliz sin tener algo que hacer. Antes de la entrada del pecado, cuando el hombre no tenía pensamientos tenebrosos que lo condenaban, su propia compañía no era una carga gravosa. Podía contemplar la naturaleza con suma satisfacción. Pero el tenue rastro de la serpiente dejó su huella de miseria en la conciencia endurecida. El trabajo no produce fatiga; lo que agota las facultades de la mente y el cuerpo es el exceso de la realización de tareas lícitas. Una vida de ardua labor produce más satisfacciones que una de ociosidad. 

La Palabra de Dios es clara y definida con respecto al trabajo. Todo el que se haya convertido a Dios no puede ser otra cosa sino un trabajador.

Se está extendiendo ahora la última incitación a la cena. La lámpara del alma debiera estar preparada y encendida mediante la provisión del aceite santo. 

En el nombre del Señor intimo a cada alma que se aparte ahora de toda iniquidad, para que el día del Señor no la sorprenda como ladrón. La verdad debe ser proclamada en forma clara y definida, pero siempre tal como es Jesús. 

E.G.White, Carta 11, del 25 de enero de 1889, dirigida a "mis queridos hermanos."

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