DIOS Y CIENCIA. ¿Cómo empezó la vida? (II) La batalla de la generación espontánea (II)

¿CÓMO EMPEZÓ LA VIDA? (II)

La batalla de la generación espontánea (II)


Luis Pasteur
De la mano de Luis Pasteur (1822-1895), uno de los mejores científicos de todos los tiempos, llegó lo que muchos consideran el golpe de gracia para la idea de la generación espontánea. El sumamente competente y productivo Pasteur trabajó en una gran variedad de proyectos científicos. Salvó la industria vinícola de su Francia natal al demostrar, primero, que los microbios echaban a perder los vinos, y luego al idear un procedimiento para conservar los vinos usando únicamente calor moderado, que mataba los microbios culpables pero que conservaba el sabor. Ahora usamos el mismo proceso para la leche y lo llamamos pasteurización. Desarrolló métodos de vacunación contra el ántraz y la rabia y se vio inmerso en la batalla sobre la generación espontánea. Empleando experimentos ideados con mucha inteligencia, pudo dar respuesta a los diversos argumentos de quienes defendían la generación espontánea. Usando matraces dotados de tubos de acceso complicados, fue capaz de demostrar que el caldo debidamente calentado no generaba vida aunque tuviese completo acceso al aire. Con su estilo exhuberane habitual, Pasteur proclamó: "La doctrina de la generación espontánea no se repondrá jamás del glope mortal que le asesta esta sencilla experiencia."

¡Pero Pasteur se equivocaba! Aunque sus experimentos demostraban con claridad que la vida solo puede provenir de vida anterior, y pese a que tanto los microbiólogos como la profesión médica confirmaban de forma creciente ese punto de vista, otras ideas se agazapaban en el horizonte. 


Charles Darwin
En Inglaterra, Charles Darwin acababa de publicar su famoso libro de 1859 El origen de las especies. Defendía que los organismos avanzados habían evolucionado a partir de otros más simples mediante un proceso de selección natural, en el que los organismos más aptos sobrevivían a expensas de los menos aptos. El concepto acabó enturbiando el tema de la generación espontánea. Darwin no defendió la generación espontanea en El origen de las especies. De hecho, en ediciones posteriores, afirmó que la vida había recibido en su origen el aliento del Creador. Sin embargo, su enfoque volvió a abrir la puerta de la generación espontánea, porque si los organismos avanzados podían desarrollarse por sí mismos a partir de los simples, ¿por qué no podría la vida originarse sola? Mas tarde, Darwin expresó interés en la generación espontánea, y sugirió que "en algún estanque templado de pequeñas dimensiones" podrían formarse proteínas, "listas a experimentar cambios más complejos". Su posterior punto de vista encaja perfectamente en un creciente interés en las explicaciones naturalistas (mecanicistas). Tales conceptos buscaban eliminar cualquier necesidad de Dios en la naturaleza.

Ninguno de los científicos de esa época, incluidos Semmelweis, Pasteur o Darwin, tenía ni idea de lo complejos que eran los organismos de menor tamaño. Si la ciencia lo hubiese sabido, cabe preguntarse si la evolución hubiese logrado la aceptación que consiguió.

Los franceses dieron poco apoyo a las ideas seculares de Darwin. Los intereses nacionalistas contribuyeron a que la Academia de Ciencias francesa se alineara decididamente al lado de Pasteur. La comunidad científica acabaría siguiendo esa pecular senda que rechaza la generación espontánea para los organismos que viven ahora, pero aceptándola para el primer organismo que apareció en la teirra hace miles de millones de años. Llamamos a ese proceso evolución química.

Ariel A. Roth, La ciencia descubre a Dios

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