DIOS Y CIENCIA. ¿CÓMO EMPEZÓ LA VIDA? (III) La evolución química y sus probelmas (I)
¿CÓMO EMPEZÓ LA VIDA? (III)
La evolución química y sus problemas (I)
A comienzos del último siglo, cuando la evolución empezaba a ganar aceptación, el interés también se centró en cómo la vida se originó por sí misma. No cabe duda de que es el problema más desconcertante que afronta la evolución biológica, e intentar darle respuesta se ha convertido en un empeño científico de primera línea.
Aleksandr Oparin |
Ya en 1924 el famoso bioquímico ruso A. I. Oparin propuso un escenario en el que sustancias inorgánicas y orgánicas simples pudieran combinarse, dando paso a compuestos orgánicos más complejos que, a su ves, pudieran formar organismos simples. En inglaterra, J.B.S. Haldane, brillante genetista de poblaciones y bioquímico, desarrolló ideas similares. Otros añadieron detalles, y el concepto de que la vida se originaria hace mucho tiempo por sí sola en lo que muchos denominaban a menudo una "sopa orgánica tibia" se convirtió en un tema al que se daba seria consideración.
En 1953 Stanley Miller, trabajando en el laboratorio que el premio Nobel Harold Urey tenía en la Universidad de Chicago, dio cuenta de un experimento que hizo época, y que se ha convertido en un símbolo para los partidarios de la generación espontánea. El experimento se proponía simular el tipo de condiciones que podrían haber imperado en la Tierra antes de que se originase la vida y que podrían haber dado origen a los seres vivos. Usando un aparato químico cerrado que exluía el oxígeno, Miller sometió a descargas eléctricas una mezcla constituida por los gases metano, hidrógeno y amoniaco, y por vapor de agua. El aparato tenía una trampilla para recoger las delicadas moléculas orgánicas que pudieran producirse. Después de muchos días descubrió que se habían formado muchos tipos diferentes de moléculas orgánicas, incluyendo algunos de los aminoácidos que se dan en los seres vivos. Los investigadores han repetido muchas veces el experimento, y aportando mejoras al mismo, y parece que puede crear los diferentes tipos de aminoácidos que se encuentran en las proteínas, cuatro de las cinco bases de los ácidos nucleicos, y algunos azúcares. Los profesores de biología han hablado del experimento a millones de alumnos, y los científicos y maestros lo han presentado en todo el mundo como prueba de que la vida podría haber surgido por sí misma. Desde hace medio siglo el experimento despierta agitación. En realidad, hay multitud de problemas que siguen sin resolver.
Stanley Miller |
Una cuestión básica que precisa consideración es la fidelidad con que los experimentos de laboratorio reproducen las hipotéticas condiciones de la Tierra primigenia. Con su uso de equipos sofisticados y productos químicos purificados, es posible que los químicos de los laboratorios noe stén presentando un buen ejemplo de la situación que habría existido hace mucho tiempo en una Tierra primigenia desnuda. A veces es posible hacer corresponder debidamente las observaciones del laboratorio con lo que la toería supone que ocurrió en el pasado, pero otras veces no. Por ejemplo, el experimento de Miller protegía los productos deseados de los efectos destructivos de la fuente energética de las chispas recogiéndolos en una trampilla especial. El uso de una trampilla protectora no simularía realmente lo que cabría esperar en una Tierra primitiva.
Es preciso que tengamos en cuenta que hablamos de un mundo sin vida, sin laboratorios y sin científicos. Cuando los científicos entran en sus laboratorios y efectúan experimentos basados en su inteligencia y empleando información y equipos producto de siglos de experiencia, lo que hacen se parece más a lo que esperaríamos de un Dios inteligente que de una Tierra vacía. En muchos sentidos, el científicos representa las actividades creadoras divinas más que condiciones aleatorias primitivas. La evolución química requiere que sucedan cosas positivas de todo tipo por sí solas, no bajo la supervisión de científicos inteligentes que trabajan en sofisticados laboratorios.
Ariel A. Roth, La Ciencia descubre a Dios
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