DESCUBRIENDO NUESTRA HISTORIA. El pecado de abandonar nuestro primer amor
DESCUBRIENDO NUESTRA HISTORIA
Historia de un siglo de confrontación entre Dios y su pueblo (6)
EL PECADO DE ABANDONAR NUESTRO PRIMER AMOR
"Estas cosas les acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestarnos a nosotros, que vivimos en estos tiempos finales."
1 Corintios 10.11
Nadie puede poner en cuestión la genuina experiencia espiritual de los protagonistas del movimiento de 1844. Jesús era "precioso" para los creyentes que esperaban su vida inminente, y sus corazones estaban unidos en sincera y profunda devoción. Reconocían la presencia innegable del Espíritu Santo en aquel movimiento.
Fue esa convicción, más allá de la mera corrección teológica, la que mantuvo la confianza de la "manda pequeña" en su tránsito por el gran chasco. La iglesi adventista del séptimo día fue concebida según una experiencia de amor genuino; nació a partir de unos pocos corazonez entregados que lo arriesgaron todo porque reconocieron la obra genuina del Espíritu Santo. Por lo tanto, nació correctamente: fue concebida en la verdadera fe, no en el legalismo.
En sus primeros años esta iglesia amaba al Señor con corazon sincero y apreciaba la presencia del Espíritu Santo. Sus posteriores dificultades derivaban de un trágico abandono de aquel "primer amor", y del consiguiente fracaso en reconocer al verdadero Espíritu Santo.
Ya en 1850 el calor de aquella dedicación por Jesús comenzó a ser gradualmente sustituido en los corazones de muchos por una condición "necia y estuporosa", y "despierta sólo a medias", en palabras de a joven mensajera del Señor. El amor al yo comenzó a sustituir insidiosamente al verdadero amor por el Salvador, dando lugar a la tibieza. El orgullo y la complacencia por la posesión de un sistema de verdad fueron sofocando gradualmente la fe sencilla en Jesús que originalmente los llevó a aceptarlo de todo corazón.
Así, poco después del gran chasco de 1844, y de quedar configurada "la manada pequeña" que mantuvo u fe, apareció una deficiencia en su comprensión de la esencia del triple mensaje angélico. La deficiencia no era teológica, sino espiritual. Cabría comparar eldesrrollo de la iglesia con el de un adolescente que crece físicamente, pero que sigue siendo un niño para toda otra consideración.
La "verdad" logró un progreso increíble y se demostraba invencible en los debates, pero "los siervos del Señor han confiado demasiado en el poder de la argumentación", declaraba E.White en 1855 (Testimonies, vol. I, p.113). Eso hizo difícil que resistieran la tentación incosciente y sutil de albergar cierta forma de orgullo espiritual: ¿acaso no habían descubierto y aceptado la verdad, y se habían sacrificado por ella? Parecía haber mérito en un sacrificio tal. Los pastores evangelistas plantaban sus tiendas en una nueva comunidad, agitaban a otros apstores e iglesias populares, ganaban las disputas y deates, arrebatan sus "mejores" miembros, los bautizaban y establecían una nueva iglesia, partiendo a otro sitio para ganar nuevas victorias casi en cualquier lugar. Disfrutaban de la euforia que acompaña al éxito.
La oposición los llevó a acariciar la esperanza de una vindicación personal o corporativa en ocasión de la segunda venida, más bien que a la ferviente anticipación de reunirse con el Amado, sea que tal encuentro incluyese o no vindicación. La fe vino a ser para ellos un acto de creencia y obediencia a una verdad doctrinal motivada por la preocupación egocéntrica orientada a la recompensa, más bien que una profunda apreciación de la gracia de Cristo. En lugar de andar humildemente en total dependencia del Señor, "comenzamos" a caminar orgullosamente, confiados en nuestra indiscutible corrección doctrinal acerca de "la verdad".
El resultado inevistable fue una forma de deriva legalista. Con frecuencia se ha venido repitiendo una experiencia parecida, en las vidas individuales de los nuevos conversos al adventismo. Correctamente entendida, la historia del movimietno adventista es la de nuestros propios corazones individuales. Cada uno de nosotros es un microcosmos dentro del todo, de la misma forma que cada gota de agua contiene la esencia de la lluvia en su totalidad. En todo lo dicho con respecto a la experiencia del pasado, haremos bien en recordar que no somos mejores que quienes nos precedieron. Tal como Pablo escribió a los creyentes en Roma: "Tú, que juzgas, haces lo mismo" (Romanos 2.1). Sólo una introspeción que reconozca nuestra culpabilidad corporativa puede propiciar que los fracasos de nuestra historia denominacional se puedan resolver con valor, ánimo y decisión.
Robert J. Wieland y Donald K. Short, 1888 Rexaminado
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