DESCUBRIENDO NUESTRA HISTORIA. Origen de nuestra tibieza

DESCUBRIENDO NUESTRA HISTORIA

Historia de un siglo de confrontación entre Dios y su pueblo (7)

ORIGEN DE NUESTRA TIBIEZA

"Estas cosas les acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestarnos a nosotros, que vivimos en estos tiempos finales."

1 Corintios 10.11

E. White reconoció tempranamente que nuestro problema consistía en abandonar nuestro "primer amor": una pérdida de intimidad con Cristo ocasionada por una falta de aprecio a su amor sacrificial. Por toda apariencia la propia E. White no perdió nunca ese amor, pues estuvo siempre dispuesta a recnocer de inmediato las manifestaciones del verdadero Espíritu Santo. Pero "nosotros" no demostramos una disposición como la suya.

Podíamos cantar jubilosamente con W. H. Hyde: "Oímos los ecos de la patria celestia, oímos y nos alegra el corazón", sin embargo hubo una constante tensión entre reconocer o apreciar la manifestación viviente del don de profecía, y nuestro humano y natural resentimiento ante su reproche o corrección. Aunque el poder del Espíritu de Dios que acompañaba el ministerio de Ellen White constreñía a menudo a los dirigentes de la iglesia a reconocer la divina autoridad de su mensaje, rara vez manifestaban, como un todo, una verdadera simpatía del corazón hacia el profundo escrutinio espiritual que demandaba. A los humanos no nos resulta insólito un resentimiento interior como ese. Es evidente en toda la antigua historia israelita.

Esa negligencia casi constante en prestar oído a los fervientes llamados de E. White a fin de que volvamos en contrición al "primer amor" dio por resultado los momentos más sombríos de nuestra historia. La auténtica fe se saturó de un creciente -aunque inconsciente- amor al yo por parte de pastores y laicos, y en consecuencia se desvaneció la capacidad de discernir la obra del Espíritu Santo. El desarrollo de los acontecimientos llegó finalmente a un punto tan terrible que habría resultado inimaginable para los pioneros (y quizá para nosotros hoy). Llegaría el tiempo, en la Asamblea de la Asociación General de 1888, en que los delegados responsables "insultarían" de hecho a la poderosa tercera persona de la Divinidad.

"Vendrán mensajes, y quienes han rechazado el mensaje enviado por Dios, oirán las declaraciones más chocantes... Herida e insultada, la Divinidad va a hablar proclamando los pecados que se han ocultado. Tal como sucedió con los sacerdotes y gobernantes, que llenos de terror e indignación buscaron refugio huyendo en la última escena de la pruificación del templo, así ocurrirá en la obra para estos últimos días" (Special Testimonies, Seria A, nº 7, p. 54 y 55)

¿Cómo pudimos hacer eso los adventistas del Séptimo Día?

De no haber sido por el continuo ministerio de E. White, es dudoso que el movimiento hubiese podido subsistir de otra forma que no fuese como una secta legalista al estilo de los testigos de Jehová o la iglesida de Dios mundial. Lo anterior -que es ampliamente aceptado- pone en evidencia las dimensiones y arraigo de nuestra incredulidad. En unas pocas décadas estábamos repitiendo la historia que el antiguo Israel tardó siglos en recorrer. Ningún adventista del séptimo día negará que la iglesia era "Jerusalén"... pero todavía la vieja Jerusalén, no al nueva. 

Fuimos incapaces de discernir el mensaje de los tres ángeles como siendo "el evangelio eterno". Las doctrinas eran verdaderas, pero los pastores y el resto de miembros manifestaban ceguera de discernir adecuadamente el mensaje del tercer ángel en verdad, de igual forma en que la ceguera de los judíos les impidó discernir el verdadero mensaje del Antiguo Testamento. La verdad que los judíos fueron incapaces de discernir era el papel de la cruz en sus servicios del santuario y en el ministerio de su tan esperado Mesías. De forma semejante, en el mensade del tercer ángel el lugar y significado de la cruz escapó de la comprensión de nuestros hermanos de finales del siglo diecinueve. En fecha tan temprana como 1867, E. White presentaba el principio de la cruz (y no la reforma en el vestir) como siendo el centro álgido que debiera inspirar nuestro compromiso y estilo de vida como adventistas del séptimo día:

"Hemos estado tan unidos al mundo que hemos perdido de vista la crus, y no sufrimos por causa de Cristo... Nos distinguimos del mundo en la aceptación de la cruz" (Testimonies, vol. I, p. 525)
"Hoy demasiado buillicio y conmoción en nuestra religión, mientras que se olvidan el Calvario y la cruz" (Testimonies, vol. V, p. 133)
Robert J. Wieland y Donald K. Short, 1888 Rexaminado 

 

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