VIDA EN ABUNDANCIA (I) ¿Trabajaré para lograr mi más alto bien temporal y espiritual al guardar mi cuerpo como templo de la morada del espíritu Santo, o me abandonaré a las ideas y prácticas del mundo?



 ¿Trabajaré para lograr mi más alto bien temporal y espiritual al guardar mi cuerpo como templo de la morada del espíritu Santo, o me abandonaré a las ideas y prácticas del mundo?

Es tan ciertamente un pecado violar las leyes de nuestro ser como lo es quebrantar las leyes de los Diez Mandamientos. Hacer cualquiera de ambas cosas es quebrantar los principios de Dios. Los que transgreden la ley de Dios en su organismo físico, tendrán la inclinación a violar la ley de Dios en su organismo físico, tendrán inclinación a violar la ley de Dios pronunciada desde el Sinaí.

Nuestro Salvador advirtió a sus discípulos que inmediatamente antes de su segunda venida existiría un estado de cosas muy similar al que precedió al diluvio. El comer y el beber sería llevado al exceso. Este estado de cosas es el que existe hoy. El mundo está mayormente entregado a la complacencia del apetito; y la disposición a seguir costumbres pervertidos: hábitos que nos harán más y más semejantes a los moradores de Sodoma que fueron condenados. Me he admirado de que los habitantes de la tierra no hayan sido destruidos, como la gente de Sodoma y Gomorra. Veo que existe suficiente razón que explica el estado de degeneración y mortalidad imperante en el mundo. La pasión ciega controla la razón, y en muchos casos toda consideración elevada es sacrificada a la lujuria.

El conservar el cuerpo en una condición sana, a fin de que todas las partes de la maquinaria viva actúen armoniosamente, debe ser el estudio de nuestra vida. Los hijos de Dios no pueden glorificarlo a él con cuerpos enfermos o mentes enanas. Los que se complacen en cualquier clase de intemperancia, ora sea en el comer o en el beber, malgastan su energía física y debilitan su poder moral.
Puesto que las leyes de la naturaleza son las leyes de Dios, sencillamente es nuestro deber dar a estas leyes un estudio cuidadoso. Debemos estudiar sus requerimientos con respecto a nuestros propios cuerpos, y conformarnos a ellos. La ignorancia en estas cosas es pecado. 

¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo? ¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vosotros? Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios. (1 Corintios 6.15,19-20).


Nuestros cuerpos son la propiedad adquirida por Cristo, y no estamos en libertad de hacer con ellos como nos parezca. El hombre ha hecho esto. Ha tratado su cuerpo como si las leyes que lo rigen no tuvieran ninguna penalidad. Debido al apetito pervertido, sus órganos y facultades se han debilitado, se han enfermado y se han inutilizado. Y estos resultados que Satanás ha producido con sus propias tentaciones espaciosas, los usa para vituperar a Dios. El presenta ante Dios el cuerpo humano que Cristo ha comprado como su propiedad: ¡y qué repugnante representación de su Creador es el hombre! Debido a que el hombre ha pecado contra su cuerpo, y ha corrompido sus costumbres, Dios resulta deshonrado.

Cuando los hombres y mujeres se convierten de verdad, respetan concienzudamente las leyes de la vida que Dios ha establecido en su ser, y así tratan de evitar la debilidad física, mental y moral. La obediencia a estas leyes ha de convertirse en un deber personal. Nosotros mismo debemos sufrir los males producidos por la violación de la ley. Debemos dar cuenta a Dios por nuestros hábitos y prácticas. Por lo tanto, la pregunta que debemos hacernos no es: “¿Qué dirá el mundo?” sino “¿Cómo trataré yo, que pretendo ser cristiano, la habitación que Dios me ha dado? ¿Trabajaré para lograr mi más alto bien temporal y espiritual al guardar mi cuerpo como templo de la morada del espíritu Santo, o me abandonaré a las ideas y prácticas del mundo?”

Testimonios para la Iglesia.

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