DESCUBRIENDO NUESTRA HISTORIA. Historia de un siglo de confrontación entre Dios y su pueblo (2)
DESCUBRIENDO NUESTRA HISTORIA
Historia de un siglo de confrontación entre Dios y su pueblo (2)
¿POR QUÉ REXAMINAR NUESTRO PASADO ADVENTISTA? LA RAZÓN SUBYACENTE
"Estas cosas les acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestarnos a nosotros, que vivimos en estos tiempos finales."
1 Corintios 10.11
El movimiento adventista no ha experimentado hasta hoy un progreso consistente con su misión profética. Ha habido un progreso, pero no el que demanda la Escritura. Los tres ángeles de Apocalipsis 14 no han conmocionado todavía al mundo. Millones conocen aún poco o nada sobre este mensaje de vida o muerte.
No podemos negar que el cuarto ángel de Apocalipsis 18 está aún pendiente de alumbrar la tierra con la gloria de su mensaje. El programa divino de amorosa preocupación por este planeta ha resultado de alguna forma obstaculizado. LA prolongada demora causa en la iglesia una creciente perplejidad de proporciones insostenibles.
Decir que hemos fracasado en cumplir nuestro deber es sólo exponer el probleme en términos diferentes: ¿Por qué no hemos cumplido nuestro deber, y cuándo lo cumpliremos? Y declarar que Dios va a intervenir y actuará en brece es exponer el mismo problema aún en otros términos: ¿Por qué no ha hecho todavía el Señor lo que va a hacer finalmente?
Jamás nos atreveríamos a acusar a Dios de negligencia en el cumplimiento de su palabra. Sabemos que ama tanto al mundo como para haber dado a su Hijo para redimirlo, y que ha estado dispuesto a llevar el plan de salvación a su triunfo final desde hace ya mucho tiempo. La cruz da fe de su compromiso pleno con el problema humano. Un amor como el suyo niega cualquier posibilidad de indiferencia divina. Sin embargo, millones no saben casi nada sobre su mensaje de gracia. ¿Han de continuar en esa ignorancia, sin oportunidad alguna de apreciar el costo de la redención que Cristo pagó, y de su ministerio sumosacerdotal actualmente en curso? Son preguntas que demandan respuestas. ¿Cuál es la razón para la demora y cómo es posible rectificar en consecuencia?
Por más de un siglo hemos estado buscando respuestas e cada plan sucesivo, en resoluciones, proyectos y estrategias evangelizadoras. Solemos pensar que si algún poder sobrenatural llevara a cabo la propagación del mensaje en proporciones universales, de modo que la población mundial pudiese finalmente entender de qué se trata, entonces el Movimiento quedaría vindicado, y se materializaría el triunfo, tan largamente esperado. Y en tal caso no habría mayor necesidad de rexaminar nuestra historia...
Pero Dios no puede vindicar un pueblo tibio. Eso significaría una renuncia a su insistencia por más de un siglo a fin de que su pueblo siga los principios rectos que él le comunicó mediante su mensajera inspirada. Una actitud de compromiso tal por parte del Señor equivaldría a una admisión de derrota: el fracaso de todo el plan de redención, pues su verdadero éxito depende de ese momento final.
La esperanza del pueblo de Dios ha sido en todo tiempo la primera resurrección. Por razones bíblicas, los adventistas del séptimo día no pueden concordar con sus hermanos de otras denominaciones que sostienen que los salvos reciben inmediatamente su recompensa al sobrevenir la muerte. Las Escrituras enseñan que "duermen en Jesús" hasta que resuciten en la primera resurrección. Pero esa esperanza es vana a menos que regrese Cristo, ya que es únicamente su presencia personal lo que hace posible la resurrección. "Ese mismo Jesús" ha de volver literal y personalmente. Ningún espíritu etéreo puede propiciar la resurección de los muertos.
Pero esta creencia adventista llama de inmediato la atención de un serio problema que pone en cuestión las teorás populares de la justificación por la fe. Si el alma humana es inmortal por anturaleza y los salvos van al cielo cuando mueren, no hay preparación alguna del carácter que sea especialmente necesaria en relación con el regreso de Jesús. No hay obra adicional que el "evangelio eterno" deba cumplir, fuera de lo que efectuó ya por miles de años en aquellos que fueron muriendo. Así, las concepciones populares sobre la justicia por la fe son antagonistas de cualquier tipo de preparación especial para la segunda venida.
Esa es la razón por la cual la mayoría de los protestantes no-adventistas conciben la justicia, por la fe como algo limitado a una justificación legal. Según su punto de vista, la perfecta obediencia a la santa ley de Dios no es necesaria, ni tan sólo posible. La idea de una preparación especial para la segunda venida de Cristo es algo que queda sencillamente excluido de su pensamiento.
Pero la verdad bíblica de la naturaleza del hombre requiere que haya una comunidad de creyentes vivos preparada para la segunad venida de Cristo, de modo que pueda tener lugar la resurrección de los muertos. Es comparable al agricultos que no puede recolectar su cosecha hasta tanto no esté madura (MARCOS 4.26-29). Pero supongamos que el pueblo de Dios nunca esté preparado, sea porque no puede, o porque no quiere.
Cristo dice de sí mismo: "He vencido" (Apocalipsis 3.21), y declara al "ángel de la iglesia en Laodicea" que sus miembros deben vencer "así como yo he vencido". Evidentemente se hace necesaria una preparación especial. Pero si esa preparación especial nunca ocurriera, ¿habría de admitir el Señor que finalmente su pueblo no puede o no quiere vencer, que la norma propuesta ha resultado demasiado elevada, y que él nunca esperó realmente que la pudiera alcanzar? ¿Hemos malinterpretado a Cristo por más de un siglo al asumir que él requiere obediencia a su ley, siendo que la obediencia es imposible? ¿Pudiera ser que no hubiera preparación alguna especial necesaria para su pueblo?
Estas son preguntas trascendentes. Una parte significativa de la iglesia y su ministerio se inclinan en la dirección de conceptos populares en el sentido de que no es posible vencer el pecado per se. Tales ideas se han adaptado del adventismo siguiendo la opinión calvinista consistente en que por tanto tiempo como uno posea una naturaleza pecaminosa, el pecar es inevitable, y por lo tanto excusable (evidentemente eso niega la idea básica del adventista del día de expiación anti-típico).
Rebajar la norma de Dios a fin de vindicar un pueblo negligente y tibio sería una ofensa a la justicia divina. Significaría establecer la antigua Jerusalén en la tierra nueva, con sus continuas desviaciones, falta de arrepentimiento y desobediencia, en lugar de la triunfante y plenamente arrepentida Nueva Jerusalén. Eso chasquearía la esperaza de Abraham, quien "esperaba la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios" (Hebreos 11.10). Esa "ciudad" ha de ser una comunidad formada por sus descendientes espirituales finalmente victoriosos; no meramente por unos pocos individuos dispersos y descoordinados por aquí y por allí. ¡La fe de Abraham no habrá sido en vano! Debe haber un pueblo que alcance esa madurez de fe y experiencia cristiana de la que él mismo fue el verdadero precursos espiritual. Tal es el climax hacia el que apunta la historia.
Y no fue sólo Abraham qien ejerció una fe como esa. Leemos que el propio Cristo ha depositado su confianza en este pueblo, a pesar de que en el pasado "no creyeron". El dio su sangre en favor de los seres humanos, y para la redención completa de la raza humana. ¡Es una inversión demasiado cara, si el resultado viniera a ser menos que satisfactorio! Ciertamente no va a resultar "nula la fidelidad de Dios" (Romanos 3.3). De otro modo quedaría en descrédito el evangelio eterno, y el Señor resultaría eternamente avergonzado por haber depositado una fe ingenua en la humanidad.
Robert J. Wieland y Donald K. Short, 1888 Rexaminado
No podemos negar que el cuarto ángel de Apocalipsis 18 está aún pendiente de alumbrar la tierra con la gloria de su mensaje. El programa divino de amorosa preocupación por este planeta ha resultado de alguna forma obstaculizado. LA prolongada demora causa en la iglesia una creciente perplejidad de proporciones insostenibles.
Decir que hemos fracasado en cumplir nuestro deber es sólo exponer el probleme en términos diferentes: ¿Por qué no hemos cumplido nuestro deber, y cuándo lo cumpliremos? Y declarar que Dios va a intervenir y actuará en brece es exponer el mismo problema aún en otros términos: ¿Por qué no ha hecho todavía el Señor lo que va a hacer finalmente?
Jamás nos atreveríamos a acusar a Dios de negligencia en el cumplimiento de su palabra. Sabemos que ama tanto al mundo como para haber dado a su Hijo para redimirlo, y que ha estado dispuesto a llevar el plan de salvación a su triunfo final desde hace ya mucho tiempo. La cruz da fe de su compromiso pleno con el problema humano. Un amor como el suyo niega cualquier posibilidad de indiferencia divina. Sin embargo, millones no saben casi nada sobre su mensaje de gracia. ¿Han de continuar en esa ignorancia, sin oportunidad alguna de apreciar el costo de la redención que Cristo pagó, y de su ministerio sumosacerdotal actualmente en curso? Son preguntas que demandan respuestas. ¿Cuál es la razón para la demora y cómo es posible rectificar en consecuencia?
Por más de un siglo hemos estado buscando respuestas e cada plan sucesivo, en resoluciones, proyectos y estrategias evangelizadoras. Solemos pensar que si algún poder sobrenatural llevara a cabo la propagación del mensaje en proporciones universales, de modo que la población mundial pudiese finalmente entender de qué se trata, entonces el Movimiento quedaría vindicado, y se materializaría el triunfo, tan largamente esperado. Y en tal caso no habría mayor necesidad de rexaminar nuestra historia...
Pero Dios no puede vindicar un pueblo tibio. Eso significaría una renuncia a su insistencia por más de un siglo a fin de que su pueblo siga los principios rectos que él le comunicó mediante su mensajera inspirada. Una actitud de compromiso tal por parte del Señor equivaldría a una admisión de derrota: el fracaso de todo el plan de redención, pues su verdadero éxito depende de ese momento final.
La esperanza del pueblo de Dios ha sido en todo tiempo la primera resurrección. Por razones bíblicas, los adventistas del séptimo día no pueden concordar con sus hermanos de otras denominaciones que sostienen que los salvos reciben inmediatamente su recompensa al sobrevenir la muerte. Las Escrituras enseñan que "duermen en Jesús" hasta que resuciten en la primera resurrección. Pero esa esperanza es vana a menos que regrese Cristo, ya que es únicamente su presencia personal lo que hace posible la resurrección. "Ese mismo Jesús" ha de volver literal y personalmente. Ningún espíritu etéreo puede propiciar la resurección de los muertos.
Pero esta creencia adventista llama de inmediato la atención de un serio problema que pone en cuestión las teorás populares de la justificación por la fe. Si el alma humana es inmortal por anturaleza y los salvos van al cielo cuando mueren, no hay preparación alguna del carácter que sea especialmente necesaria en relación con el regreso de Jesús. No hay obra adicional que el "evangelio eterno" deba cumplir, fuera de lo que efectuó ya por miles de años en aquellos que fueron muriendo. Así, las concepciones populares sobre la justicia por la fe son antagonistas de cualquier tipo de preparación especial para la segunda venida.
Esa es la razón por la cual la mayoría de los protestantes no-adventistas conciben la justicia, por la fe como algo limitado a una justificación legal. Según su punto de vista, la perfecta obediencia a la santa ley de Dios no es necesaria, ni tan sólo posible. La idea de una preparación especial para la segunda venida de Cristo es algo que queda sencillamente excluido de su pensamiento.
Pero la verdad bíblica de la naturaleza del hombre requiere que haya una comunidad de creyentes vivos preparada para la segunad venida de Cristo, de modo que pueda tener lugar la resurrección de los muertos. Es comparable al agricultos que no puede recolectar su cosecha hasta tanto no esté madura (MARCOS 4.26-29). Pero supongamos que el pueblo de Dios nunca esté preparado, sea porque no puede, o porque no quiere.
Cristo dice de sí mismo: "He vencido" (Apocalipsis 3.21), y declara al "ángel de la iglesia en Laodicea" que sus miembros deben vencer "así como yo he vencido". Evidentemente se hace necesaria una preparación especial. Pero si esa preparación especial nunca ocurriera, ¿habría de admitir el Señor que finalmente su pueblo no puede o no quiere vencer, que la norma propuesta ha resultado demasiado elevada, y que él nunca esperó realmente que la pudiera alcanzar? ¿Hemos malinterpretado a Cristo por más de un siglo al asumir que él requiere obediencia a su ley, siendo que la obediencia es imposible? ¿Pudiera ser que no hubiera preparación alguna especial necesaria para su pueblo?
Estas son preguntas trascendentes. Una parte significativa de la iglesia y su ministerio se inclinan en la dirección de conceptos populares en el sentido de que no es posible vencer el pecado per se. Tales ideas se han adaptado del adventismo siguiendo la opinión calvinista consistente en que por tanto tiempo como uno posea una naturaleza pecaminosa, el pecar es inevitable, y por lo tanto excusable (evidentemente eso niega la idea básica del adventista del día de expiación anti-típico).
Rebajar la norma de Dios a fin de vindicar un pueblo negligente y tibio sería una ofensa a la justicia divina. Significaría establecer la antigua Jerusalén en la tierra nueva, con sus continuas desviaciones, falta de arrepentimiento y desobediencia, en lugar de la triunfante y plenamente arrepentida Nueva Jerusalén. Eso chasquearía la esperaza de Abraham, quien "esperaba la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios" (Hebreos 11.10). Esa "ciudad" ha de ser una comunidad formada por sus descendientes espirituales finalmente victoriosos; no meramente por unos pocos individuos dispersos y descoordinados por aquí y por allí. ¡La fe de Abraham no habrá sido en vano! Debe haber un pueblo que alcance esa madurez de fe y experiencia cristiana de la que él mismo fue el verdadero precursos espiritual. Tal es el climax hacia el que apunta la historia.
Y no fue sólo Abraham qien ejerció una fe como esa. Leemos que el propio Cristo ha depositado su confianza en este pueblo, a pesar de que en el pasado "no creyeron". El dio su sangre en favor de los seres humanos, y para la redención completa de la raza humana. ¡Es una inversión demasiado cara, si el resultado viniera a ser menos que satisfactorio! Ciertamente no va a resultar "nula la fidelidad de Dios" (Romanos 3.3). De otro modo quedaría en descrédito el evangelio eterno, y el Señor resultaría eternamente avergonzado por haber depositado una fe ingenua en la humanidad.
Robert J. Wieland y Donald K. Short, 1888 Rexaminado
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