3. EL LLAMADO DEL TESTIGO FIEL. (7) ¡Ni una sola expresión de encomio por parte de Jesús!: ¿Por qué se siente Jesús de esa forma?

EL LLAMADO DEL TESTIGO FIEL

¡Ni una sola expresión de encomio (alabanza), por parte de Jesús!

¿Por qué se siente Jesús de esa forma?


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¿Por qué no dice algo bueno de nosotros? ¿No es demasiado severo? Todo presidente de una compañía, jefe de equipo u oficial del ejército sabe que debe felicitar a sus subordinados a fin de que estos rindan al máximo. La dirección humana de la iglesia remanente debe ser sin duda el grupo más selecto de personas en el mundo, ¿no sería sabio el que Cristo dijese al menos algo bueno sobre nosotros, sobre lo diligentes y sabios que somos, lo que hemos logrado tras 150 años de arduo trabajo? Pero no hace nada de eso.

Podemos tener la seguridad de que no está intentando desanimarnos. Quiere simplemente que afrontemos la realidad, de tal manera que podamos corregir el problema y estar dispuestos para oírle decir finalmente ‘¡Bien, buen siervo!’, cuando tenga sentido la pronunciación de esa expresión de aprobación.
 
Su respuesta, al declarar que siente deseos de vomitarnos, nos ayuda a comprender la realidad de nuestra situación. No nos hemos dado cabal cuenta, pero la implicación es devastadora. La visión que sigue, en Apocalipsis, presenta a Cristo bajo la forma de "un Cordero como inmolado", ante el cual se inclinan en profunda adoración las huestes del cielo y "los veinticuatro ancianos", entonando en total devoción ese cántico: "Digno eres… porque tú fuiste inmolado, y nos has redimido para Dios con tu sangre, de todo linaje y lengua y pueblo y nación. Y nos has hecho para nuestro Dios reyes y sacerdotes" (Apoc. 5:6-10).

Todo el cielo comprende y aprecia lo que le costó redimirnos, cómo descendió hasta el infierno, la manera en la que gustó el equivalente a nuestra segunda muerte, para salvarnos. Siente "la anchura y la longitud, la profundidad y la altura del amor de Cristo… que supera a todo conocimiento". En contraste, el "ángel de la iglesia en Laodicea", viviendo en la luz concentrada de seis mil años de revelación de Buenas Nuevas, no se conmueve en lo profundo. Nuestros pobres y decrépitos corazones resultan estar medio congelados, cuando deberíamos mostrar el mismo grado de aprecio. "Eres tibio", dice Jesús.
 
No es maravilla que nuestra profesión superficial de amor y devoción le provoque nauseas. ¡Él lo dio todo por nosotros! Cuando compara la dimensión de su devoción sacrificial, con la exigüidad de la respuesta de nuestro corazón, se siente profundamente incómodo ante el universo expectante. 

¿Podemos imaginar lo doloroso que eso le resulta?

Robert J. Wieland, Sé pues celoso y arrepiéntete, pueblo mío.

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