3. EL LLAMADO DEL TESTIGO FIEL (8) ¡Ni una sola expresión de encomio por parte de Jesús!: Intentemos ver la realidad tal como la ve el cielo
EL LLAMADO DEL TESTIGO FIEL
¡Ni una sola expresión de encomio (alabanza), por parte de Jesús!
Intentemos ver la realidad tal como la ve el cielo
Anteriores publicaciones: ver etiqueta El llamado del Testigo Fiel
Henos aquí, en el umbral de la crisis final, cuando nuestra madurez espiritual debiera ser tanto mayor de lo que es. Sin embargo, nuestra indiferencia infantil hiere a Cristo. Le resultó más fácil sobrellevar la cobardía de la negación de Pedro, que nuestra devoción tibia y calculada, en un tiempo de crisis como el actual.
Arnold Wallenkampf comenta incisivamente los aspectos deplorables de la mentalidad de grupo que fue tan común entre los dirigentes de la Iglesia Adventista del Séptimo Día hace más de un siglo, y también ahora:
"La principal responsabilidad por el rechazo del mensaje de 1888 recae, no sobre el grueso del pueblo, sino sobre los pastores. Ese sorprendente descubrimiento merece ser seriamente considerado por todo Adventista hoy, sea este pastor, maestro, o dirigente en cualquier función" (What Every Adventist Should Know About 1888, p. 90).
"Muchos de los delegados de la Asamblea de Minneapolis fueron cómplices del pecado de rechazar el mensaje de la justicia por la fe, mediante una actuación acorde con las leyes de la dinámica de grupo. Puesto que muchos de sus queridos y respetados dirigentes rechazaron el mensaje en Minneapolis, ellos siguieron a esos dirigentes en su rechazo… lo que hoy llamamos dinámica de grupo…
No es un pensamiento agradable, y sin embargo es cierto que en la Asamblea de Minneapolis los dirigentes de la Iglesia Adventista del Séptimo Día volvieron a reencarnar el papel de los dirigentes judíos en los días de Jesús. Durante el ministerio de Jesús en la tierra, el pueblo judío le era preponderantemente favorable. Fueron los dirigentes judíos quienes más tarde los indujeron a pedir su crucifixión. En la Asamblea de Minneapolis, en 1888, fueron los hermanos dirigentes quienes encabezaron la oposición al mensaje" (Id., p. 45-47).
Pero, ¿qué tiene que ver eso con nosotros?
Jesús no dice que sea el antiguo rechazo y crucifixión, por parte de los judíos, lo que le hace estar a punto de vomitar. Lo que le produce nauseas es que el "ángel" de la iglesia, en el último acto del gran drama de la historia, conociendo la historia de los judíos, venga a repetirla, mientras que profesa amarle ardientemente. Podemos hacernos una idea de sus nauseas al considerar lo penosa que es la contemplación de un adulto que actúa según las fantasías pueriles, que se conduce como un niño.
Decimos, "Yo soy rico, y estoy enriquecido, y no tengo necesidad de ninguna cosa" (Apoc. 3:17). Verbalmente no decimos tal cosa, pero Él discierne claramente el lenguaje del corazón: "Quizá los labios expresen una pobreza de alma que no reconoce el corazón. Mientras se habla a Dios de pobreza de espíritu, el corazón quizá está henchido con la presunción de su humildad superior y justicia exaltada" (Palabras de vida del gran Maestro, p. 159).
Sin embargo, somos ingenuos en lo que respecta a nuestra auténtica situación, ante la vista del universo entero. Incluso a la vista de profundos observadores no adventistas, ofrecemos un cuadro patético. El idioma original en que se escribió el Apocalipsis aguza el impacto del mensaje, al añadir la partícula ho, que significa aquel que, el que: ‘No sabes que de entre las siete iglesias, tú eres la rematadamente cuitada, la miserable, pobre, ciega y desnuda’ (versículo 17).
¡Ninguno de nosotros, como simple individuo, es merecedor de tal distinción, frente al mundo y su historia! Cristo debe estar dirigiéndose a nosotros como a un todo corporativo, como a un cuerpo.
Robert J. Wieland, Sé pues celoso y arrepiéntete, pueblo mío.
Henos aquí, en el umbral de la crisis final, cuando nuestra madurez espiritual debiera ser tanto mayor de lo que es. Sin embargo, nuestra indiferencia infantil hiere a Cristo. Le resultó más fácil sobrellevar la cobardía de la negación de Pedro, que nuestra devoción tibia y calculada, en un tiempo de crisis como el actual.
Arnold Wallenkampf comenta incisivamente los aspectos deplorables de la mentalidad de grupo que fue tan común entre los dirigentes de la Iglesia Adventista del Séptimo Día hace más de un siglo, y también ahora:
"La principal responsabilidad por el rechazo del mensaje de 1888 recae, no sobre el grueso del pueblo, sino sobre los pastores. Ese sorprendente descubrimiento merece ser seriamente considerado por todo Adventista hoy, sea este pastor, maestro, o dirigente en cualquier función" (What Every Adventist Should Know About 1888, p. 90).
"Muchos de los delegados de la Asamblea de Minneapolis fueron cómplices del pecado de rechazar el mensaje de la justicia por la fe, mediante una actuación acorde con las leyes de la dinámica de grupo. Puesto que muchos de sus queridos y respetados dirigentes rechazaron el mensaje en Minneapolis, ellos siguieron a esos dirigentes en su rechazo… lo que hoy llamamos dinámica de grupo…
No es un pensamiento agradable, y sin embargo es cierto que en la Asamblea de Minneapolis los dirigentes de la Iglesia Adventista del Séptimo Día volvieron a reencarnar el papel de los dirigentes judíos en los días de Jesús. Durante el ministerio de Jesús en la tierra, el pueblo judío le era preponderantemente favorable. Fueron los dirigentes judíos quienes más tarde los indujeron a pedir su crucifixión. En la Asamblea de Minneapolis, en 1888, fueron los hermanos dirigentes quienes encabezaron la oposición al mensaje" (Id., p. 45-47).
Pero, ¿qué tiene que ver eso con nosotros?
Jesús no dice que sea el antiguo rechazo y crucifixión, por parte de los judíos, lo que le hace estar a punto de vomitar. Lo que le produce nauseas es que el "ángel" de la iglesia, en el último acto del gran drama de la historia, conociendo la historia de los judíos, venga a repetirla, mientras que profesa amarle ardientemente. Podemos hacernos una idea de sus nauseas al considerar lo penosa que es la contemplación de un adulto que actúa según las fantasías pueriles, que se conduce como un niño.
Decimos, "Yo soy rico, y estoy enriquecido, y no tengo necesidad de ninguna cosa" (Apoc. 3:17). Verbalmente no decimos tal cosa, pero Él discierne claramente el lenguaje del corazón: "Quizá los labios expresen una pobreza de alma que no reconoce el corazón. Mientras se habla a Dios de pobreza de espíritu, el corazón quizá está henchido con la presunción de su humildad superior y justicia exaltada" (Palabras de vida del gran Maestro, p. 159).
Sin embargo, somos ingenuos en lo que respecta a nuestra auténtica situación, ante la vista del universo entero. Incluso a la vista de profundos observadores no adventistas, ofrecemos un cuadro patético. El idioma original en que se escribió el Apocalipsis aguza el impacto del mensaje, al añadir la partícula ho, que significa aquel que, el que: ‘No sabes que de entre las siete iglesias, tú eres la rematadamente cuitada, la miserable, pobre, ciega y desnuda’ (versículo 17).
¡Ninguno de nosotros, como simple individuo, es merecedor de tal distinción, frente al mundo y su historia! Cristo debe estar dirigiéndose a nosotros como a un todo corporativo, como a un cuerpo.
Robert J. Wieland, Sé pues celoso y arrepiéntete, pueblo mío.
Comentarios
Publicar un comentario