3. EL LLAMADO DEL TESTIGO FIEL. ¡Ni una sola expresión de encomio por parte de Jesús! La sutileza de nuestro orgullo esiritual
EL LLAMADO DEL TESTIGO FIEL
¡Ni una sola expresión de encomio (alabanza), por parte de Jesús!
La sutileza de nuestro orgullo espiritual.
Hasta la publicación del libro de Wallenkampf, en 1988, nuestra prensa denominacional mantuvo en general la tesis de que fuimos "enriquecidos" en esa ocasión en la que nuestros dirigentes aceptaron supuestamente el principio del mensaje del fuerte clamor, hace más de cien años. En años recientes hemos comenzado a cambiar radicalmente al respecto, y ahora se reconoce ampliamente la verdad de que "nosotros" no lo aceptamos. Ese nuevo giro hacia la honestidad es maravilloso y refrescante.
Pero ¿acaso Cristo no nos dice todavía ahora a nosotros que necesitamos el "oro" de la fe genuina? Sí, nos dice que a fin de poder quitarle las dolorosas nauseas, necesitamos el "oro" de la fe genuina. Más aún, dice que tenemos que comprarla –esto es, debemos pagar algo a cambio. Pero ¿por qué no nos la da? Insiste en que cambiemos la genuina justicia por la fe, en lugar de nuestras estériles comprensiones previas, que han alimentado nuestra tibieza. Estamos atrapados en una contradicción evidente: pretendemos comprender y predicar adecuadamente la justicia por la fe, mientras que sus frutos legítimos están tristemente ausentes. Testimonio de ello es la profunda tibieza de la iglesia.
De igual forma que la tibieza es una mezcla de agua fría con caliente, así también nuestro problema es una mezcla de legalismo y evangelio escasamente comprendido. Una rica comida se echa totalmente a perder por la mezcla de una muy pequeña proporción de arsénico.
Hemos llegado a un punto en la historia del mundo, en el que incluso una pequeña cantidad de legalismo mezclado con nuestro "evangelio", ha resultado letal. La confusión del pasado ha dejado de ser aceptable en nuestros días. Creer el evangelio en su pureza, libre de adulteración (en el sentido bíblico), es incompatible con cualquier grado de tibieza. La presencia de ésta, delata la existencia de un legalismo subyacente, evidencia que nosotros, los dirigentes, tenemos considerable dificultad en reconocer.
Hemos pensado que tenemos lo esencial de ese "preciosísimo mensaje". Pero lo que en realidad hemos hecho es importar las ideas Evangélicas de las iglesias populares que carecen de toda comprensión en cuanto a la singular verdad adventista de la purificación del santuario:
"Vi que así como los judíos crucificaron a Jesús, las iglesias nominales han crucificado estos mensajes y por lo tanto no tienen conocimiento del camino que lleva al santísimo, ni pueden ser beneficiados por la intercesión que Jesús realiza allí. Como los judíos, que ofrecieron sus sacrificios inútiles, ofrecen ellos sus oraciones inútiles al departamento que Jesús abandonó; y Satanás, a quien agrada el engaño, asume un carácter religioso y atrae hacia sí la atención de esos cristianos profesos, obrando con su poder, sus señales y prodigios mentirosos, para sujetarlos en su lazo" (Primeros Escritos, p. 260,261).
Ese proceso gradual de absorción ha venido acelerándose por décadas. Nunca podremos obtener lo genuino, dice Jesús, hasta que nos rindamos en actitud humilde y honesta, y depongamos la falsificación a cambio de ‘comprar’ lo que es genuino.
Es en ese punto donde Cristo sufre nuestra resistencia. Casi invariablemente nosotros, los pastores, evangelistas, administradores, teólogos, maestros y ministerios independientes, protestamos exclamando que no tenemos una falta de comprensión. Desde posiciones diametralmente opuestas, tanto el adventismo histórico conservador como el ultra-liberal se jactan de algo en común. La dinámica de grupo nos afecta por igual, forzándonos a creer que ya comprendemos, de forma que "no tengo necesidad de ninguna cosa". Convencidos de nuestra competencia, no podemos experimentar "hambre y sed de justicia [por la fe]", ya que nos sentimos satisfechos. Parecemos convencidos de que lo que necesitamos es simplemente una voz más potente, métodos más eficaces de "promocionar" aquello cuya comprensión ya poseemos.
Robert J. Wieland, Sé pues celoso y arrepiéntete, pueblo mío.
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