1. UN CONFLICTO CÓSMICO REAL. Caín y Abel
UN CONFLICTO CÓSMICO REAL
Caín y Abel
Y aconteció andando el tiempo, que Caín trajo del fruto de la tierra una ofrenda a Jehová. Y Abel trajo también de los primogénitos de sus ovejas, de lo más gordo de ellas. Y miró Jehová con agrado a Abel y a su ofrenda, pero no miró con agrado a Caín y a la ofrenda suya. Y se ensañó Caín en gran manera, y decayó su semblante.
Génesis 4. 3-5
Cain y Abel, los hijos de Adán, tenían caracteres muy distintos. Abel temía a Dios. Caín, en cambio, albergaba sentimientos de rebeldía y murmuraba contra Dios por causa de la maldición pronunciada sobre su padre y porque la tierra había sido maldita por su pecado.
A estos hermanos se les había enseñado todo lo concerniente a la provisión hecha para la salvación de la raza humana. Se les requirió que pusieran en práctica un sistema basado en la humilde obediencia, que manifestaran reverencia hacia Dios y su fe y su dependencia en el Redentor prometido, por medio de la muerte de los primogénitos del rebaño y la presentación solemne de ellos junto con su sangre como holocausto ofrecido al Señor. Ese sacrificio los induciría a recordar siempre su pecado y al Redentor venidero, que habría de ser el gran sacrificio realizado en favor del hombre.
Caín trajo su ofrenda a Dios mientras murmuraba y manifestaba infidelidad en su corazón con respecto al Sacrificio prometido. No estaba dispuesto a seguir estrictamente el plan de obedecer y conseguir un cordero para ofrecerlo con los frutos de la tierra. Simplemente tomó lo de la tierra y pasó por alto el requerimiento de Dios. El Señor había hecho saber a Adán que sin derramamiento de sangre no hay remisión del pecado. Caín no se preocupó siquiera por llevar lo mejor de sus frutos. Abel aconsejó a su hermano que no se presentara delante del Señor sin la sangre de los sacrificios. Caín, puesto que era el mayor, no quiso escuchar a su hermano. Despreció su consejo, y con dudas y murmuraciones con respecto a la necesidad de las ofrendas ceremoniales, presentó su ofrenda. Pero Dios no la aceptó.
Abel trajo los primogénitos de su rebaño, y de los mejores, como Dios lo había ordenado; y con humilde reverencia presentó su ofrenda con plena fe en el Mesías venidero. Dios la aceptó. Una luz procedente del cielo consumió la ofrenda de Abel. Caín no vio manifestación alguna de que la suya hubiera sido aceptada. Se airó con el Señor y con su hermano. Dios estuvo dispuesto a enviar a un ángel para que conversara con él.
Este le preguntó por qué estaba enojado, y le informó que si obraba bien y seguía las indicaciones que Dios le había dado, el Señor lo aceptaría y apreciaría su ofrenda. Pero que si no se sometía humildemente a los planes de Dios, y no creía ni le obedecía, ésta no podría ser aceptada. El ángel dijo a Caín que no había injusticia de parte de Dios, ni favoritismo por Abel, sino que como consecuencia de su propio pecado y desobediencia al expreso mandamiento del Señor, no podía aceptar su ofrenda; pero que si obraba bien sería aceptado por el Altísimo, y su hermano lo escucharía y él tomaría la delantera porque era el mayor.
Pero aun después de haber sido fielmente instruido, Caín no se arrepintió. En lugar de censurarse y aborrecerse por su incredulidad, siguió quejándose de la injusticia y la parcialidad de Dios. E impulsado por sus celos y su odio contendió con Abel y lo cubrió de reproches. Este mansamente señaló el error de su hermano y le demostró que el mal estaba en él mismo. Pero Caín odió a su hermano desde el momento cuando Dios le manifestó las pruebas de su aceptación. Abel trató de apaciguar su ira al recordarle la compasión que Dios había tenido al conservar con vida a sus padres cuando podría habérsela quitado inmediatamente. Le dijo que Dios los amaba, pues si así no hubiera sido no habría dado a su Hijo, inocente y santo, para que soportara la ira que el hombre merecía sufrir por su desobediencia.
Mientras Abel justificaba el plan de Dios, Caín se enojó, y su odio creció y ardió contra Abel hasta que en un arrebato de ira le dio muerte.
E. G. White, La Historia de la Redención
E. G. White, La Historia de la Redención
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