6. ALIENTOS DE VIDA ETERNA. Despegarnos de lo terrenal
ALIENTOS DE VIDA ETERNA
Desapegarnos de lo terrenal
Sufrimos una pérdida cuando descuidamos la oportunidad de congregarnos para fortalecernos y edificarnos mutuamente en el servicio de Dios. Las verdades de su Palabra pierden en nuestras almas su vivacidad e importancia. Nuestros corazones dejan de ser alumbrados y vivificados por la influencia santificadora y nuestra espiritualidad declina. En nuestro trato como cristianos perdemos mucho por falta de simpatía mutua. El que se encierra completamente dentro de sí mismo no ocupa la posición que Dios le señaló.
El cultivo apropiado de los elementos sociales de nuestra naturaleza nos hace simpatizar con otros, y es para nosotros un medio de desarrollarnos y fortalecernos en el servicio de Dios. Si todos los cristianos se asociaran y se hablasen unos a otros del amor de Dios y de las preciosas promesas de la redención, su corazón se robustecería, y se edificarían mutuamente. Aprendamos diariamente más de nuestro Padre celestial, obteniendo una nueva
experiencia de su gracia, y entonces desearemos hablar de su amor.
Mientras lo hagamos nuestro propio corazón se enternecerá y reanimará. Si pensáramos y habláramos más del Señor Jesús y menos de nosotros mismos, tendríamos mucho más de su presencia. Si tan sólo pensáramos en El tantas veces como tenemos pruebas de su cuidado por nosotros, lo tendríamos siempre presente en nuestros pensamientos y nos deleitaríamos en hablar de El y en alabarle.
Hablamos de las cosas temporales porque tenemos interés en ellas. Hablamos de nuestros amigos porque los amamos; nuestras tristezas y alegrías están ligadas con ellos. Sin embargo, tenemos razones infinitamente mayores por amar a Dios que por amar a nuestros amigos terrenales, y debería ser la cosa más natural del mundo darle el primer lugar en nuestros pensamientos, hablar de su bondad y alabar su poder. Los ricos dones que ha derramado sobre nosotros no estaban destinados a absorber nuestros pensamientos y amor de tal manera que nada tuviéramos que dar a Dios; al contrario, debieran hacernos acordar constantemente de El y unirnos por vínculos de amor y gratitud a nuestro Benefactor celestial. Vivimos demasiado apegados a lo terreno. Levantemos nuestros ojos hacia la puerta abierta del santuario celestial, donde la luz de la gloria de Dios resplandece en el rostro de Cristo, quien “también, puede salvar hasta lo sumo a los que se acercan a Dios por medio de él.”
Necesitamos alabar más a Dios por su “misericordia” “y sus maravillas para con los hijos de los hombres.” Nuestros ejercicios de devoción no deben consistir enteramente en pedir y recibir. No estemos pensando siempre en nuestras necesidades y nunca en los beneficios que recibimos. No oramos nunca demasiado, pero somos muy parcos en dar gracias. Constantemente estamos recibiendo las misericordias de Dios y, sin embargo, ¡cuán poca gratitud expresamos! ¡cuán poco le alabamos por lo que ha hecho en nuestro favor!
E.G. White, Camino a Cristo
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