7. CONOCIENDO A JESÚS. La tentación

CONOCIENDO A JESÚS

La tentación


Después de su bautismo, Cristo fue guiado por el Espíritu al desierto, para ser tentado del diablo. En realidad, no fue al desierto en busca de la tentación, sino que fue guiado por el Espíritu de Dios. Deseaba estar solo para meditar acerca de su misión y su obra.
 
Por medio de la oración y el ayuno debía prepararse para recorrer la senda ensangrentada que lo esperaba. Como Satanás sabía donde estaba fue allí para tentarlo. Cuando Jesús dejó el Jordán, su rostro brillaba con la gloria de Dios. Pero después que entró en el desierto, ese esplendor desapareció. Su semblante mostraba dolor y angustia a causa de que los pecados del mundo pesaban sobre él. Los hombres nunca sufrirán nada semejante: estaba padeciendo por los pecadores. En el Edén, Adán y Eva habían desobedecido a Dios al comer del fruto prohibido, lo que como consecuencia trajo el sufrimiento y la muerte al mundo. Cristo vino para dar un ejemplo de obediencia. En el desierto, después de ayunar cuarenta días, no actuó en contra de la voluntad de su Padre, ni siquiera para obtener alimento.

Una de las tentaciones que vencieron a nuestros primeros padres fue la satisfacción del apetito. Sin embargo, por medio de este largo ayuno, Cristo iba a demostrar al hombre que los deseos pueden ser dominados.
 
Satanás tienta a los hombres en la complacencia, porque eso debilita el cuerpo y oscurece la mente. Sabe que de esta manera puede engañarlos y destruirlos más fácilmente. El ejemplo de Cristo enseña que todo deseo malo debe ser vencido. Los apetitos no han de gobernarnos, sino que nosotros debemos dominarlos a ellos.

Cuando Satanás se le apareció por primera vez a Cristo, parecía un ángel de luz y pretendiendo ser un mensajero del cielo. Le dijo que no era la voluntad de su Padre que soportara ese sufrimiento, que bastaba que mostrase sólo una disposición a sufrir. Cuando Jesús luchaba contra los más agudos tormentos del
hambre, Satanás le dijo: “Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan”. Mateo 4:3.
 
Puesto que el Salvador había venido para ser nuestro ejemplo, debía soportar el sufrimiento en la misma forma que nosotros; no debía realizar milagro alguno en beneficio propio. Como todos sus milagros habían de ser para el bien de otros, le contestó a Satanás: “Escrito está: No solo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”. Mateo 4:4. Así demostró que es mucho más importante obedecer la Palabra de Dios que satisfacer las necesidades físicas. Los que obedecen la Palabra de Dios tienen la promesa de que recibirán todo lo necesario para la vida presente y también tienen la promesa de la vida futura.
 
Como no pudo vencer a Cristo en la primera gran tentación, lo llevó más tarde a una de las torres del templo de Jerusalén, y le dijo: “Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, pues escrito está: ‘A sus ángeles mandará acerca de ti’ y ‘En sus manos te sostendrán, para que no tropieces con tu pie en piedra’”. Mateo 4:6.
 
Al citar las escrituras Satanás imitó el ejemplo de Cristo. Pero esa promesa no es para los que voluntariamente se aventuran en el peligro. Dios no le había dicho a Jesús que se arrojara del templo, y él no haría eso para agradar a Satanás. Le dijo: “Escrito está también: ‘No tentarás al Señor tu Dios’”. Mateo
4:7. 

Debemos confiar en el cuidado de nuestro Padre celestial pero no debemos ir adonde él no nos manda. Tampoco deberíamos hacer lo que él ha prohibido. Debido a que Dios es misericordioso y está listo a perdonar, hay personas que dicen que no entraña peligro desobedecerle. Pero esto es presunción. Dios perdona a todos los que arrepentidos abandonan su pecado, pero a los que eligen desobedecerle no los puede bendecir.

En ese momento Satanás se reveló como lo que realmente era: el príncipe de las potestades de las tinieblas. Llevó a Cristo a la cumbre de una alta montaña y le mostró todos los reinos del mundo. La luz del sol bañaba espléndidas ciudades, palacios de mármol, campos fructíferos y viñedos. Satanás le dijo: “Todo esto te daré, si postrado me adoras”. Mateo 4:9. Por un momento Cristo miró la escena y luego apartó la vista de ellos. Aunque Satanás le presentó el mundo en su forma más atractiva, sin embargo el Salvador miró más allá de la belleza externa. El vio al mundo en su miseria y su pecado, lejos de Dios. Toda
la miseria era el resultado de que el hombre se había apartado de Dios para adorar a Satanás.
 
Cristo estaba deseoso de redimir lo que se había perdido. Anhelaba restaurar el mundo elevándolo a un nivel superior al del Edén. Quería colocar a los hombres en armonía con Dios. Estaba, allí en el desierto, resistiendo la tentación en favor del hombre pecaminoso. Debía ser un vencedor, para que los hombres pudieran vencer, con el fin de que fueran iguales a los ángeles y merecieran su reconocimiento como hijos de Dios.

Cuando Satanás exigió adoración, Cristo contestó: “Vete, Satanás, porque escrito está: ‘Al Señor tu Dios adorarás y solo a él servirás’”. Mateo 4:10. En esta gran tentación de Cristo estaban incluidos el amor al mundo, la ambición del poder y la soberbia de la vida, es decir, todo lo que puede apartar al hombre de Dios.

Satanás ofreció a Jesús el mundo y sus riquezas a cambio de que le rindiera homenaje. Así también trata de engañarnos a nosotros al ofrecernos las ventajas que pueden obtenerse al hacer lo malo. Susurra en nuestros oídos: “Para tener éxito en este mundo, debes servirme. No seas demasiado cuidadoso con respecto a la veracidad y a la honestidad. Obedece mi consejo, y te daré riquezas, honor y felicidad”. Al seguir estas orientaciones estaremos adorando a Satanás en lugar de Dios y esto sólo nos traerá miseria y ruina. Cristo nos mostró lo que hemos de hacer cuando somos tentados. Cuando él le dijo a Satanás: “Vete”, el tentador no pudo resistir la orden y se vio obligado a retirarse.

Retorciéndose de odio y furor, el jefe rebelde abandonó la presencia del Redentor del mundo. La lucha había terminado por el momento. La victoria de Cristo fue tan completa, como completa había sido la derrota de Adán. Del mismo modo nosotros podemos resistir la tentación y vencer a Satanás. El Señor nos dice: “Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros. Acercaos a Dios, y él se acercará a vosotros”. Santiago 4:7, 8.

E. G. White, La Única Esperanza.

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