7. CONOCIENDO A JESÚS. El bautismo
CONOCIENDO A JESÚS
El bautismo
Cuando llegó el tiempo de comenzar su ministerio público, el primer acto de Jesús fue ir al río Jordán para ser bautizado por Juan el Bautista. Juan había sido enviado a preparar el camino para el Salvador. Al predicar en el desierto, anunciaba: “El tiempo se ha cumplido y el reino de Dios se ha acercado. ¡Arrepentíos y creed en el evangelio!” Marcos 1:15.
Las multitudes se congregaban para oírlo. Muchos se convencían de sus pecados, y él los bautizaba en el Jordán. Dios le había dicho a Juan que algún día el Mesías vendría y le pediría que lo bautizara. También le anticipó que le daría una señal, para que pudiera reconocerlo.
Cuando vino Cristo, al ver en su rostro las evidencias de su vida santa, Juan se negó a bautizarlo, diciendo: “Yo necesito ser bautizado por ti, ¿y tú acudes a mí? “Jesús le respondió: Permítelo ahora, porque así conviene que cumplamos toda justicia”. Mateo 3:14, 15. Al decir esto, el semblante de Jesús se iluminó con la misma luz celestial que había contemplado Simeón en el templo.
Así Juan guió al Salvador a las aguas del hermoso Jordán, y lo bautizó a las vista de todo el pueblo. Jesús no fue bautizado para mostrar arrepentimiento, porque él nunca había pecado. Lo hizo para darnos un ejemplo. Cuando salió del agua, se arrodilló a la orilla del río y oró. Entonces los cielos se abrieron y brillaron rayos de gloria, “y vio al Espíritu de Dios que descendía como paloma, y se posaba sobre él”. Mateo 3:16. Su rostro y su cuerpo resplandecían con la luz de la gloria de Dios. Y desde el cielo se oyó la voz de Dios que decía:“Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia”. Mateo 3:17.
La gloria que en esa ocasión se manifestó sobre Cristo, fue una garantía del amor de Dios hacia nosotros. El Salvador vino como nuestro ejemplo; y así como Dios escuchó su oración, escuchará también la nuestra.
El más necesitado, el más pecador, el más despreciado de los hombres puede tener acceso al Padre. Cuando nos dirigimos a Dios en el nombre de Jesús, la misma voz que le habló a él nos hablará también a nosotros diciendo: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia”.
E. G. White, La Única Esperanza
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