5. BUENAS NUEVAS. El Señor, nuestra justicia (5)

BUENAS NUEVAS

El Señor, nuestra justicia (5)


"Buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas" (Mateo 6.33)

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El Espíritu contiende con todos los hombres. Viene como reprensor. Cuando se presta oído a su voz de reproche, asume de inmediato el papel de consolador. La misma disposición dócil y sumisa que hace que la persona acepte el reproche del Espíritu, lo llevará también a seguir las enseñanzas del Espíritu, y Pablo dice que "todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios" (Rom. 8:14).

Una vez más, ¿qué es lo que trae la justificación, o perdón de los pecados? Es la fe, porque Pablo dice: "Así, habiendo sido justificados por la fe, estamos en paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo" (Rom. 5:1). La justicia de Dios es dada y puesta sobre todo aquel que cree (Rom. 3:22). Pero ese mismo ejercicio de la fe hace de la persona un hijo de Dios, porque el apóstol Pablo dice más: "Todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús" (Gál. 3:26).

La carta de Pablo a Tito ilustra el hecho de que todo aquel cuyos pecados son perdonados viene a ser de inmediato un hijo de Dios. Primeramente trae a consideración la condición malvada en la que estábamos anteriormente, para decir a continuación (Tito 3:4-7): "Pero cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor hacia los hombres, nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavado regenerador y renovador del Espíritu Santo, que derramó en nosotros en abundancia, por Jesucristo nuestro Salvador, para que, justificados por su gracia, seamos herederos según la esperanza de la vida eterna".

Obsérvese que es siendo justificados por su gracia como somos hechos herederos. Ya hemos visto en Romanos 3:24 y 25 que esta justificación por su gracia es mediante la fe en Cristo; pero Gálatas 3:26 nos dice que la fe en Cristo Jesús nos hace hijos de Dios; por lo tanto podemos saber que todo el que ha sido justificado –perdonado- por la gracia de Dios, es un hijo y un heredero de Dios.

Esto muestra que carece de base la suposición de que una persona tuviese que pasar por un cierto período de prueba y obtener un cierto grado de santidad, antes de que Dios lo acepte como a su hijo. Él nos recibe tal como somos. No es por nuestra benignidad por lo que nos ama, sino por nuestra necesidad. Nos recibe, no por algún bien que vea en nosotros, sino por el propio bien que hay en él, y por lo que él sabe que su poder divino es capaz de hacer de nosotros. Es solamente cuando nos damos cuenta de la maravillosa exaltación y santidad de Dios, y de que viene a nosotros en nuestra condición pecaminosa y degradada para adoptarnos en su familia, cuando podemos apreciar la fuerza de la exclamación del apóstol: "¡Mirad qué gran amor nos ha dado el Padre, que seamos llamados hijos de Dios!" (1 Juan 3:1). Todo el que haya recibido ese honor, se purificará, tal como él es puro. Dios no nos ha adoptado como a sus hijos porque seamos buenos, sino a fin de poder hacernos buenos. Dice Pablo: "Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun cuando estábamos muertos en pecados, nos dio vida junto con Cristo. Por gracia habéis sido salvos. Y con él nos resucitó y nos sentó en el cielo con Cristo Jesús, para mostrar en los siglos venideros la abundante riqueza de su gracia, en su bondad hacia nosotros en Cristo Jesús" (Efe. 2:4-7). Y después añade: "Porque por gracia habéis sido salvados por la fe. Y esto no proviene de vosotros, sino que es el don de Dios. No por obras, para que nadie se gloríe. Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, que Dios de antemano preparó para que anduviésemos en ellas" (vers. 8-10). Este pasaje muestra que Dios nos amó mientras estábamos todavía muertos en pecados; nos da su Espíritu para vivificarnos en Cristo, y el mismo Espíritu dirige nuestra adopción en la familia divina; nos adopta para que, como nuevas criaturas en Cristo, podamos hacer las buenas obras que Dios preparó.

E. J. Waggoner, Cristo y Su Justicia

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