2. VIDA EN ABUNDANCIA. Poder para liberar a los cautivos.

VIDA EN ABUNDANCIA

Poder para liberar a los cautivos



Cristo demostró su completa autoridad sobre los vientos y las olas, así como sobre los endemoniados. El que apaciguó la tempestad y sosegó el agitado mar, dirigió palabras de paz a los intelectos perturbados y dominados por Satanás.

En la sinagoga de Capernaum estaba Jesús hablando de su misión de libertar a los esclavos del pecado. De pronto fue interrumpido por un grito de terror. Un loco hizo irrupción entre la gente, clamando:  “Déjanos; ¿qué tenemos contigo, Jesús Nazareno? ¿has venido a destruirnos? Yo te conozco quién eres, el Santo de Dios”. Jesús reprendió al demonio diciendo: “Enmudece, y sal de él. Entonces el demonio, derribándole en medio, salió de él, y no le hizo daño alguno”. Lucas 4:34, 35.

La causa de la aflicción de este hombre residía también en su propia conducta. Le habían fascinado los placeres del pecado, y pensó hacer de la vida un gran carnaval. La intemperancia y la frivolidad pervirtieron los nobles atributos de su naturaleza, y Satanás asumió pleno dominio sobre él. El remordimiento llegó demasiado tarde. Cuando hubiera querido sacrificar sus bienes y sus placeres para recuperar su virilidad perdida, ya estaba incapacitado y a la merced del maligno.

En presencia del Salvador, se le había despertado el deseo de libertad, mas el demonio opuso resistencia al poder de Cristo. Cuando el hombre procuró pedir ayuda a Jesús, el espíritu maligno le puso en la boca sus propias palabras, y él gritó con angustia y temor. Comprendía parcialmente que se hallaba en presencia de quien podía libertarlo; pero cuando intentó ponerse al alcance de aquella mano poderosa, otra voluntad le retuvo; y las palabras de otro fueron pronunciadas por su medio.
 
Terrible era el conflicto entre sus deseos de libertad y el poder de Satanás. Parecía que el pobre atormentado habría de perder la vida en aquel combate con el enemigo que había destruido su virilidad. Pero el Salvador habló con autoridad y libertó al cautivo. El que había sido poseído del demonio, estaba ahora delante de la gente admirada, en pleno goce de la libertad y del dominio propio. Con voz alegre, alabó a Dios por su liberación. Los ojos que hasta entonces despedían fulgores de locura brillaban ahora de inteligencia y derramaban lágrimas de gratitud. La gente estaba muda de asombro. Tan pronto como hubo recuperado el uso de la palabra, exclamó: “¿Qué es esto? ¿Qué nueva doctrina es ésta, que con potestad aun a los espíritus inmundos manda, y le obedecen?” Marcos 1:27.

E. G. White, La Temperancia

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