7. CONOCIENDO A JESÚS. ¿Quieres ser sano?
CONOCIENDO A JESÚS
“¿Quieres ser sano?
Y hay en Jerusalén, a la puerta de las Ovejas, un estanque, que en hebreo es llamado Betesda, el cual tiene cinco pórticos. En éstos yacía una gran multitud de enfermos, ciegos, cojos, secos, que esperaban al movimiento del agua. Y estaba allí un hombre que hacía treinta y ocho años que estaba enfermo. (…) Cuando Jesús le vio postrado, y entendió que hacía mucho tiempo que estaba enfermo, le dijo: ¿Quieres ser sano?
Juan 5. 1-3 y 5-6
La
esperanza renació en su corazón [el del enfermo]. Sintió que de algún modo iba
a recibir ayuda. Pero el calor del estímulo no tardó en desvanecerse. Se acordó
de cuántas veces había tratado de alcanzar el estanque, y ahora tenía pocas
perspectivas de vivir hasta que fuese nuevamente agitado. Volvió la cabeza,
cansado, diciendo: “Señor… no tengo quien me meta en el estanque cuando se
agita el agua; y entre tanto que yo voy, otro desciende antes que yo”.
Jesús
no pide a este sufriente que ejerza fe en él. Simplemente le dice: “Levántate,
toma tu lecho y anda”: Pero la fe del hombre se aferra a esas palabras. En cada
nervio y músculo pulsa una nueva vida, y se transmite a sus miembros inválidos
una actividad sana. Sin la menor duda dedica su voluntad a obedecer a la orden
de Cristo, y todos sus músculos responden a su voluntad. De un salto se pone en
pie, y se encuentra que es un hombre activo.
Jesús
no le había dado seguridad alguna de ayuda divina. El hombre podía haberse
detenido a dudar, y haber perdido su única oportunidad de sanar. Pero creyó en
la palabra de Cristo, y al obrar de acuerdo con ella recibió fuerza.
Por
medio de la misma fe podemos recibir curación espiritual. El pecado nos separó
de la vida de Dios. Nuestra alma está paralizada. Por nosotros mismos somos tan
incapaces de vivir una vida santa como aquel lisiado lo era de caminar. Son
muchos los que comprenden su impotencia y anhelan esa vida espiritual que los
pondría en armonía con Dios; y luchan en vano para obtenerla. En su desesperación
claman: “¡Miserable hombre de mí!, ¿quién me librará de este cuerpo de muerte?”
Alcen la mirada esas almas que luchan presa de la desesperación. El Salvador se
inclina sobre el adquirido por su sangre, diciendo con inefable ternura y
compasión: “¿Quieres ser sano?” Él los invita a levantarse llenos de salud y
paz. No esperan hasta sentir que son sanos. Crean en su palabra, y se cumplirá.
Pongan su voluntad de parte de Cristo. Quieran servirle, y al obrar de acuerdo
con su palabra recibirán fuerza. Cualquiera sea la mala práctica, la pasión
dominante, que haya llegado a esclavizar el alma y cuerpo por haber cedido
largo tiempo a ella, Cristo puede y anhela liberarlos. Él impartirá vida al
alma de los que están “muertos en sus transgresiones y pecados” (Romanos 7.24).
Librará al cautivo que está sujeto por la debilidad. La desgracia de las
cadenas del pecado.
E.
G. White, El Deseado de Todas las Gentes.
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