5. BUENAS NUEVAS. Cristo, el Legislador (3)
BUENAS NUEVAS
Cristo, el Legislador (3)
"Por que el Eterno es nuestro Juez, el Señor es nuestro Legislador, el Eterno es nuestro Rey, él mismo nos salvará" (Isaías 33.22).
"Mirad que no desechéis al que habla. Porque si aquellos que desecharon al que hablaba en la tierra, no escaparon; mucho menos nosotros, si desecharamos al que habla desde el cielo. En aquel entonces, su voz sacudió no sólo la tierra, sino aun el cielo" Hebreos 12.25 y 26.
La ocasión en la que la voz sacudió la tierra fue al promulgar la ley al pie del Sinaí (Éxodo 19.18-20; Hebreos 12.18-20), un acontecimiento sobrecogedor sin paralelo hasta hoy, y que no lo tendrá hasta que el Señor venga con todos los ángeles del cielo a salvar a su pueblo. Pero observemos: la misma voz que entonces sacudió la tierra, sacudirá en el tiempo venidero, no solamente la tierra sino también el cielo; y hemos visto que es la voz de Cristo que atronará hasta el punto de hacer temblar el cielo y la tierra, en el desenlace de su controversia con las naciones. Por lo tanto, queda demostrado que fue la voz de Cristo la que se hizo oir en el Sinaí, proclamando los diez mandamientos. Esto coincide exactamente con la conclusión lógica de lo ya comentado a propósito de Cristo como Creador y Hacedor del sábado.
En efecto, el hecho de que Cristo sea parte de la divinidad, poseyendo todos los atributos de ella, igual al Padre a todo respecto como Creador y Legislador, es la razón básica del poder de la expiación. Solamente así es posible la redención. Cristo murió "para llevarnos a Dios" (1 Pedro 3.18); pero si le hubiera faltado un ápice para ser igual a Dios, no nos hubiera podido traer a Dios. La divinidad significa la posesión de los atributos de la Deidad. Si Cristo no hubiese sido divino, entonces habríamos tenido solamente un sacrificio humano. Poco importa que se conceda el que Cristo fuese la más grande inteligencia creada en el universo; en ese caso hubiera sido meramente un ser en obligación de leatlad a la ley, sin posibilidad de mayor virtud que la de cumplir su propio deber. No habría podido tener justicia que impartir a otros. Hay una distancia infinita entre el más exaltado ángel que jamás haya sido creado, y Dios; por lo tanto, el ángel más exaltado que quepa imaginar no podía levantar al hombre caído y hacerlo partícipe de la naturaleza divina. Los ángeles pueden ministrar, pero sólo Dios puede redimir. A Dios sean dadas gracias por salvarnos "por la redención que hay en Cristo Jesús," en quien habita toda la plenitud de la divinidad corporalmente, y quien es en consecuencia capaz de salvar hasta lo sumo a los que vienen a Dios por él.
Esta verdad contribuye a un más perfecto entendimiento de la razón por la que se denomina a Cristo "el Verbo de Dios". Es por medio de él como la voluntad y el poder divinos se dan a conocer a los hombres. Él es -por así decirlo- el portavoz de la divinidad, la manifestación de Dios. Es él quien declara -da a conocer- a Dios al hombre. Porque a Dios le agradó habitar en él con toda su plenitud (Colosenes 1.19); y asi, el Padre no es relegado a una posición secundaria, como algunos imaginan, cuando Cristo es exaltado como Creador y Legislador; ya que la gloria del Padre brilla precisamente a través del Hijo. Siendo que Dios se da a concoer solamente a través de Cristo, es evidente que el Padre no puede ser honrado como debiera serlo, por aquellos que dejan de exaltar a Cristo. Cómo él mismo dijo, "El que no honra al Hijo, no honra al Padre que lo envió" (Juan 5.23).
E.J.Waggoner, Cristo y su Justicia
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