2. VIDA EN ABUNDANCIA. El poder para vencer está sólo en Cristo.

VIDA EN ABUNDANCIA

El poder para vencer está sólo en Cristo.

Los hombres han contaminado el templo del alma, y Dios los llama a despertar y a luchar con todas sus fuerzas para reconquistar la virilidad que Dios les diera. Nada excepto la gracia de Dios puede convencer y convertir el corazón; sólo de él los esclavos de los hábitos pueden obtener poder para romper las cadenas que los atan. Es imposible que un hombre presente su cuerpo como sacrificio viviente, santo, aceptable a Dios mientras siga complaciendo hábitos que le están restando de su vigor físico,  mental y moral. Nuevamente dice el apóstol: "No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta." Romanos 12.2

Cristo peleó la batalla en el terreno del apetito y salió victorioso. Nosotros también podemos vencer mediante la fuerza derivada de él. ¿Quién entrará por las puertas de la ciudad? No aquellos que declaran que no pueden vencer la fuerza del apetito. Cristo ha resistido el poder de aquel que quisiera mantenernos en esclavitud; aunque debilitado por su largo ayuno de cuarenta días, resistió a la tentación y demostró por medio de ese acto que nuestros casos no son desesperados. Yo sé que no podemos obtener la victoria solos. ¡Cuán agradecidos debiéramos estar de que tenemos un Salvador viviente que está listo y deseoso de ayudarnos!

Recuerdo el caso de un hombre en una congregación a la cual me tocó dirigir la palabra. Estaba casi perdido física y mentalmente por el uso del licor y del tabaco. Estaba postrado por los efectos de la disipación, y su vestimenta estaba en consonancia con su quebrada condición. A todas luces había ido demasiado lejos como para ser rescatado, pero cuando le insté a que resistiera la tentación en la fuerza del Salvador resucitado, se levantó temblando y dijo: "Ud. se interesa por mí, y yo me interesaré por mí mismo": Seis meses después llegó a mi casa. No lo reconocí. Con un rostro radiante de gozo y los ojos llenos de lágrimas, me aferró la mano y dijo: "Ud. no me conoce, pero, ¿recuerda al hombre vestido de azul que se levantó en su congregación y dijo que trataría de reformarse?" Estaba asombrada. Allí estaba de pie, y parecía diez años más jóven. Había ido a su casa de esa reunión y había pasado en oración y lucha largas hras hasta que salió el sol. Fue una noche de conflicto, pero gracias a Dios, salió victorioso. Este hombre podía hablar, por su triste experiencia, acerca de la esclavitud de estos malos hábitos. Sabía como advetir a los jóvenes de los peligros de la contaminación y podía señalar a Cristo como la única fuente de ayuda a los que como él hubiesen sido vencidos.

E.G.White, La temperancia, págs 96-97

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