3. EL LLAMADO DEL TESTIGO FIEL (3) Un fax llegado del cielo: la verdadera cabeza de la Iglesia Adventista

EL LLAMADO DEL TESTIGO FIEL

UN FAX LLEGADO DEL CIELO

LA VERDADERA CABEZA DE LA IGLESIA ADVENTISTA

Jesús se presenta a sí mismo como "el Amén, el testigo fiel y verdadero" ¿Por qué es el auténtico dirigente de la Iglesia Adventista? Porque dio su sangre por su iglesia. Sólo Él puede impartirle la verdad. Ningún comité ni institución pueden controlar a Cristo, ni suprimir indefinidamente su mensaje. El término "amén" denota que sigue estando por la labor, como testigo viviente ante la iglesia. En medio del alboroto ensordecedor de las voces de hoy en día, se nos da la seguridad de que su mensaje va a abrirse camino con poder y claridad:

"Entre los clamores de confusión: ´¡Mirad, he aquí está el Cristo, o mirad, allí está!´, se dará un testimonio especial, un mensaje especial de verdad apropiada para este tiempo" (E.G.White, Comentario Bíblico Adventista, vol. VII, p. 995).

E. White deploró nuestra constante tendencia a interponer a seres humanos falibles entre Cristo y nosotros. Obsérvese cómo, en un sólo párrafo, se refiere a ese tipo de idolatría en no menos de cinco ocasiones: 

"Siempre ha sido el firme propósito de Satanás eclipsar la visión de Jesús e inducir a los hombres a mirar al hombre, a confiar en el hombre, y a esperar ayuda del hombre. Durante años la iglesia ha estado mirando al hombre, y esperando mucho del hombre, en lugar de mirar a Jesús." (Testimonios para los ministros, p.93).

"El Hijo de Dios... tiene sus ojos como llama de fuego" (Apocalipsis 2.18). Su mensaje no es un remiendo provisional a nuestros problemas, no es una estrategia cuyo diseño esté al alcance de ningún comité. Es un mensaje santo y solemne, y traerá sobre nosotros el juicio de los siglos si lo desdeñamos. Si Cristo fuese el orador invitado para hablar a los dirigentes de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, su mensaje sería el de Apocalipsis 3.14-21. Conmovería nuestras almas hasta lo más profundo. ¡Y tiene absolutamente todo el derecho para hablarnos de tal modo!

Robert J. Wieland, Sé pues celoso y arrepiéntete, pueblo mío.

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